La relación de los venezolanos con la religión es, ante todo, venezolana. Con raíces profundas que se notan en los momentos decisivos, transcurre cotidianamente con una cierta informalidad, como si no nos la tomáramos tan a pecho, lo cual no es necesariamente así. Somos una sociedad con libertad de cultos, donde la mayoría católica convive con total naturalidad con otras iglesias cristianas, así como con una comunidad judía ahora más pequeña pero de lazos antiguos y una musulmana creciente en sus diversos modos. Eso por nombrar las grandes, porque también hay entre nosotros otras creencias e incluso no creencias. A todas respetamos en un clima de mutua tolerancia que es parte de nuestro gentilicio.

De mis años colegiales recuerdo que mayo era el mes de la Virgen. Cada día empezaba en la capilla con el “venid y vamos todos” y un curso llevaba flores a María. Pensándolo bien, septiembre es un mes mariano, porque tocan las festividades de la Virgen del Valle y la Coromoto, Patrona de la nación.

En sus distintas advocaciones, la sentida devoción popular se manifiesta en cada región como si no se tratara de la misma María. La bella imagen de la Virgen marinera reina en el Oriente, como La Chinita en Maracaibo y la Virgen del Socorro en Valencia. La Consolación de Táriba rivaliza con el Cristo de La Grita en el pueblo tachirense. En Mérida la Inmaculada Concepción. En mi región y en mi corazón, no es secreto, la Divina Pastora tiene una convocatoria que moviliza multitudes a Barquisimeto, pero en El Tocuyo es la Inmaculada y en Quíbor la Virgen de Altagracia, por nombrar solo algunas. Y en un poblado querido de Jiménez es la Guadalupe, como en La Victoria aragüeña. Así podría seguir si este espacio no fuera limitado. Tengo anécdotas muy sabrosas de mi paisano Manuel Caballero, a la vez agnóstico y pastoreño.

Sin perder de vista el machismo que más de una vez hace estragos, la venezolana es una sociedad matriarcal. La madre ocupa un sitio tan especial en nuestros afectos que pudiéramos asimilar a un culto. Quizás eso tenga que ver con que el camino de los católicos venezolanos para llegar a Dios sea su madre. Si en el cristianismo Dios es amor ¿Qué mejor modo de amar que el materno?

Así, la vía criolla tiene mucho que ver con el amor. Idea unida a la caridad, la solidaridad. Seña de identidad nacional que debemos cuidar celosamente, máxime hoy, porque en ella está la clave de la convivencia en libertad, democracia y paz.




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