“¡No puedo respirar!”, escuchó una joven de 26 años mientras corría, escapando de un grupo de policías y civiles armados que disparaban tiros al aire y bombas lacrimógenas. Al voltear, se dio cuenta de que su prima de 15 años estaba en el piso. La niña, conocida por sus dotes para la música, la danza y el modelaje, quedó en medio de los gases de las explosiones, le faltó aire y se desmayó. Cayó cerca de unos uniformados. Una escena de miedo para los niños, una que la hizo colapsar.
Eran las cinco de la tarde del 29 de julio de 2024. Casi 24 horas antes, los centros de votación para las elecciones presidenciales habían cerrado en Venezuela. La Policía estaba en varias calles apresando a todo el que no pudiera escapar, sin importar la edad. Los desmayados eran los primeros prisioneros. Al perder su consciencia, no sabían el horror que estaban a punto de vivir.
La mañana de ese día en Caracas parecía fantasmal. Solo unos pocos comercios se atrevieron a subir sus santamarías y apenas unos pocos carros circularon por las avenidas. Ni el sol quiso salir con fuerza, algunos rayos se dejaron entrever en medio de las nubes grises que parecían como trasnochadas y reflejaban el mismo semblante de las pocas personas que caminaban cabizbajas e incrédulas tras lo que acababan de oír por las emisoras radiales y los canales de televisión.
Habiendo llegado al 80 por ciento de transmisión, cumplimos con emitir el primer boletín que marca una tendencia contundente e irreversible. Nicolás Maduro Moros, del Gran Polo Patriótico obtuvo 5.150.092 votos con un 51,20 por ciento. El candidato Edmundo González de la Mesa de la Unidad obtuvo 4.445.978 votos, un 44,2 por ciento”, sentenció en la madrugada Elvis Amoroso, presidente del Consejo Nacional Electoral, oficializando la segunda reelección del presidente Maduro.
Un triunfo que pareció no alegrar a nadie, al menos a simple vista. Pocos estaban celebrando. Ni siquiera había euforia entre los simpatizantes del mandatario que ha gobernado el país de manera ininterrumpida desde 2013 tras la muerte de Hugo Chávez Frías.
El chavismo lo volvió a hacer”, repetía el encargado de un mostrador en una panadería del centro de Caracas al tiempo que cobraba los cafés que despachaba a los pocos que intentaban salir a la calle para obtener respuestas.
Y mientras que ese lunes el silencio y desasosiego reinaban, el país era el centro de conversación de los medios internacionales y se convirtió en la principal tendencia en redes sociales.
“Tenemos más del 40 por ciento de las actas, Maduro no ganó, nosotros ganamos (…) Después de las 6 p. m., el Consejo Nacional Electoral dejó de transmitir los resultados. Nosotros ganamos”, afirmó una decidida María Corina Machado, quien luego de ser inhabilitada para ejercer cargos públicos por el régimen, respaldó la candidatura de González y lucía decidida a defender la voz que la mayoría del pueblo alzó en las urnas.
Pero la gente atónita no comprendía el mensaje, ni en la madrugada ni al amanecer ni en los siguientes días. El bloqueo mental era alimentado por las ideas de que Maduro y su cúpula estarían seis años más en el poder y seguiría la emigración que ya supera los ocho millones de personas. También pensaban en el salario mínimo de 3 dólares mensuales que ni alcanza para un almuerzo en un lugar sencillo donde para comer se necesitan al menos 5 dólares —toca pagar en esa moneda porque el bolívar venezolano se devalúa cada día; un dólar estadounidense equivale a 40 bolívares.
Los barrios más pobres se declararon en rebelión —nadie lo imaginó— y masas humanas comenzaron a tomarse las calles de varios estados del país. Pese a que en Caracas llovió, la gente salió con banderas y exigió que se dijera la verdad. Varios hasta intentaron llegar a la sede del Gobierno, el palacio de Miraflores.
"Ganamos", "Maduro perdió", "¡vete!", “déjanos por favor”, “llévate todo, no irás preso, vete ya”, gritaban los manifestantes decididos a llegar al palacio presidencial. Cientos caminaban desde el famoso barrio de Petare en dirección a Miraflores. Otros desde las zonas populares de Catia, 23 de enero y Quinta Crespo, los mismos lugares en los que el 11 de abril de 2002 salió la gente a “rescatar” a Hugo Chávez, cuando recibió un golpe de Estado. Sus seguidores, que se contaban por centenares, lograron que el día 13 de ese mes, “el comandante” retomara su mandato.
Pero, 22 años después, estos mismos ciudadanos se encontraron con lo peor: balas, represión y cárcel. Una furia de quien se ha sostenido en el poder a la fuerza.
Cerca de Miraflores se oyeron disparos. Muchos salieron despavoridos con sus banderas en mano. Unos 10 civiles armados pagados por el régimen, conocidos como colectivos, atacaron con balas. Los manifestantes se atrincheraron en la avenida Urdaneta y Fuerzas Armadas, a varios metros del Palacio, pero no pudieron avanzar. Entonces, levantaron algunas barricadas y prendieron fuego.
Quienes venían de lugares pobres como Petare —uno de los barrios más populosos y peligrosos de América Latina— y otras zonas residenciales como Los dos caminos, Chacao y Altamira, ni pudieron llegar cerca porque la Policía y la Guardia Nacional los detuvieron.
“Nos disparan, no sé qué pasa”, “corran corran, vienen los de verde”, “vienen los colectivos”, “están lanzando lacrimógenas”, “se los están llevando presos”, “no puedo respirar, espérame”, eran las voces que retumbaban en medio del caos.
Motocicletas a toda velocidad, sirenas, gritos, vuvuzelas, tubos de escape con sonidos estruendosos, fotógrafos, periodistas, todos en una extraña escena en la avenida Francisco de Miranda de Caracas, corriendo, huyendo de los colectivos armados y de la Fuerza Pública.
A las 5 de la tarde todo era confusión. Seguían corriendo algunos, mientras que otros se mantuvieron forcejeando con los policías.
Camisas rotas, zapatos perdidos. En ese instante, las cámaras de los reporteros comenzaron a captar algo inusual: niños habían sido detenidos y golpeados por uniformados. No era una escena de una película de niños presos en la Alemania Nazi ni del Chile de Pinochet, era Venezuela registrando lo que después sería noticia, “el mayor número de presos políticos del siglo XXI” en el país, según el registro que lleva la organización no gubernamental Foro Penal, que ha certificado 1.808 de los 2.500 arrestos a civiles que exigían respeto a los resultados. De ese número, 152 son niños.
***
“¡No puedo respirar!”, escuchó la joven de 26 años. Al ver que su pequeña prima estaba tendida en el piso, regresó a buscarla. Los uniformados le prometieron que si ellas se quedaban junto a ellos, no les iba a pasar nada. Estaba desesperada por su casi hermana, quien es reconocida en el mundo de la música porque es integrante de una agrupación famosa.
Los policías tenían a varios niños, jóvenes y adultos en “resguardo” porque “los iban a cuidar”, según decían. Estaban todos sentados en la acera, cerca de la estación de metro de Chacaíto cuando escucharon que un policía a través de su radio dijo: “Ya tengo a varios detenidos”. En un abrir y cerrar de ojos, llegaron más policías y subieron a todos con empujones a un camión.
“Nunca las dejaron irse. La mayor fue trasladada a una cárcel de mujeres, donde hasta el momento de su detención solo la hemos visto una vez. No para de llorar. No sabemos qué tipo de alimentación lleva”, contó una allegada.
Lea la nota completa en El Nacional