(Foto Referencial)

“¡Mi gente!, ¡llegó su trueque!. Cinco plátanos por un producto”. La frase se escucha cada minuto y con diferentes voces en una avenida del oeste de Caracas, convertida en mercado a cielo abierto los sábados y domingos.

Desde poblaciones de los estados Miranda (centro) y Anzoátegui (oriente), trabajadores del campo llevan sus cosechas a la capital venezolana para intercambiarlas por artículos no perecederos como harina, arroz o pasta, cuyos precios, no pueden pagar, publica la Voz de América.

“Yo traigo a veces 200 plátanos, traigo 30 kilos de ñame, 30 de yuca, traigo 40 kilos de limón y todo lo cambio. Los trueques se están dando, porque la gente no está recibiendo mucho dinero. El sueldo no alcanza para comprar nada”, cuenta Génesis Contreras, mientras agita una bolsa con verduras, que ofrece a quienes transitan por el lugar.

Junto a ella, otros 60 hombres y mujeres se instalan, semanalmente, en el mismo sitio para ofrecer su mercancía, pues explican que, desde hace un par de años, el trueque se ha convertido en la alternativa para poder llevar a sus hogares algo diferente a las hortalizas que ellos mismos extraen de la tierra.

“Yo soy de El Guapo, en Barlovento (a 143 kilómetros de Caracas). Allá no hay fuente de trabajo. Solo la agricultura”, apunta Contreras, quien es madre de dos niños.
Para llegar a Caracas, ella y el resto de los llamados “truequeros”, piden aventones a conductores de camiones o gandolas, a quienes pagan con un kilogramo de los vegetales que producen, porque -advierten- no tienen dinero ni para tomar el autobús de ida y vuelta.

La Encuesta de Condiciones de Vida, Encovi, reveló que un 79,3 por ciento de los venezolanos no tienen cómo cubrir la canasta alimentaria, y según quienes se dedican a este intercambio, en las poblaciones más apartadas de Venezuela, las pocas fuentes de empleo disponibles no son bien remuneradas.

“Mira, ¡cómo estamos pasando necesidad!. Tenemos que cambiar cinco plátanos para poder tener un kilo de arroz”, manifiesta Juan Nadales, joven de 25 años. Son las nueve de la mañana de un domingo y aún no ha logrado reunir los alimentos que espera. Si no cambia todo lo que carga en un saco blanco de fibras, a punto de reventarse, pasará la noche allí.

Y así lo hacen muchos de ellos. Duermen sobre cartones que acomodan junto a los bolsos con los productos que han acumulado durante las horas de jornada. “Esto es muy duro. Esto no lo hacemos por gracia, lo hacemos por sacrifico y la necesidad que estamos pasando”, acota Marlene Trumero, de 50 años.

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