Ivone Medina lleva contados los días, las horas y los minutos, muy pronto cumplirá un año como militante de Voluntad Popular. Ha viajado kilómetros desde San Diego para asistir a la actividad que convocó el partido en el Colegio de Abogados de Valencia.

Es viernes a media mañana y una treintena de activistas habla entre sí aguardando a que inicie el acto. Ya lleva una hora de retraso porque no se conseguían las cornetas. La mayoría no tiene problema con esperar: lucen alegres y conversan entre sí. Pero la actitud de Ivone es distinta. Se oculta detrás de una sonrisa tímida.

La señora de 61 años se siente mareada. Ivone es otra venezolana más que no está comiendo bien. Ha perdido 20 kilos: y se nota porque la ropa no se ajusta a su cuerpo . Tiene una franela naranja con el logo del partido y por debajo una blusa que le queda tan grande que le alcanza la mitad de los muslos. Las mangas ya le cubren los codos.

—“¿Sentir desesperanza?, ¡claro! ¿y cómo no hacerlo? si mira cómo estamos. Yo era gordísima. Estoy utilizando otra vez la ropa de los años 80, dice.

—Bueno, menos mal que la moda es cíclica, respondo intentando consolarla. Miro a otro lugar para disimular que me dejó frío lo que acabo de escuchar.

Ivone tiene partido político. Pero no tiene comida. Ya no está cenando, confiesa apenada. Sus palabras cuestan en salirle a la señora jubilada a la que el dinero ya no le alcanza. El desayuno es en realidad lo poco que separa del almuerzo, y lo guarda en la nevera hasta el día siguiente. “A veces lo que hago es llorar con una vecina porque ella tampoco  consigue las medicinas”.

Desde hace cinco años Ivone no reúne el dinero para los exámenes que tiene que hacerse luego de una histerectomía que se practicó. “Nunca tomé medicamentos”, dice, nuevamente, con una sonrisa tímida. Este año no ha podido hacerse el eco mamario que le indicaron. El colapso económico venezolano, que hizo que el mes pasado la Canasta Alimentaria Familiar registrara 18,4% de aumento y pasara a costar 544 mil 990 bolívares —se necesitan 20,1 salarios básicos— deja sin vida digna a muchos. Sobre todos a los militantes de base de la organización que lucha más férrea y frontalmente contra el Gobierno: por eso es la que tiene más dirigentes tras las rejas.

Leopoldo López es preso de conciencia y coordinador nacional de Voluntad Popular. Pero está preso desde el 18 de febrero de 2014, luego de llamar “a la calle” el 23 de enero anterior para salir de lo que ya definía: una dictadura. Ahora envía desde la prisión notas que se recopilan en un blog bautizado “El diario de Leopoldo López”. La última entrada, publicada la semana pasada, habla sobre la desesperanza. El dirigente invita a vencerla. “Venezuela clama por un cambio auténtico y profundo. Siempre he sido optimista y hoy he fortalecido esa condición. Nuestro peor adversario no es, ni mucho menos, Maduro ni la élite corrupta que lo acompaña. Nuestro peor adversario es la desesperanza” señala el texto.

Pasadas las 11:00 a.m. aparece en la caseta de vigilancia una camioneta Ford Explorer negra. Se baja un hombre del asiento del copiloto y camina para quitar el cono que da acceso a un estacionamiento exclusivo: el resto de los militantes estacionó sus carros detrás de esa línea. Del vehículo bajan tres políticos prominentes de Voluntad Popular: el responsable regional de Carabobo, Alejandro Feo La Cruz, y los diputados de la Asamblea Nacional Juan Guaidó y Ángel Álvarez Gil. Dos de ellos no están pasando hambre

Los periodistas, ansiosos de esperar y con la ropa impregnada de humo de cigarro, se ponen entre la camioneta y la entrada del salón de donde ya se escuchan las pruebas de sonido. No quieren que los políticos dejen para después las declaraciones porque ya se les hizo tarde.  

—Gracias a Dios tenemos los mercados de Alejandro, dice uno de los diputados que ha venido desde Caracas para la juramentación de los equipos municipales del partido.

Los mercados son una oferta electoral de Feo La Cruz para medirse en unas hipotéticas y aún no convocadas elecciones regionales. Promete instalar de manera itinerante 300 toldos con ventas de comida. Es una manera de ayudar a los vecinos. Pero no de resolver la crisis de fondo: los gobernadores no ponen comida en la mesa de los ciudadanos. Lo único que sí puedelo es un cambio de modelo con medidas macroeconómicas y cambiarias que estabilicen el mercado y den paso a las importaciones y recuperación del aparato interno. Ivone quizá no lo sabe: ella solo lo siente en el estómago. Los toldos son una medida efectista de un partido que ha criticado el populismo del Gobierno desde el día que fue creado. Pero ahora apunta hacia allá.

En un mesón a la entrada del salón de conferencias fueron colocados cuatro termos con té de durazno y agua. La gente hizo cola para tener su ración y acompañarlo con galletas. Ivone, la militante que podría desmayarse en cualquier momento, coje unas cuantas galletas, pero no se las come todas: prefiere compartir con sus compañeros. “¿Qué más vamos a hacer, hijo?, cada vez que yo veo una violación a la Constitución me provoca salir a defender el país. Aquí estamos”.




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