Según es del conocimiento común, todo pareciere indicar que las economías del mundo van rumbo a una inexorable recesión. Ya China presenta serios signos de enfriamiento y Europa, Japón y el resto de Asia tampoco pintan nada bien.

Los británicos se ocuparon de agravar ellos mismos sus ya maltrechas condiciones con el tristemente famoso episodio de misia Truss, la efímera.

Los pronósticos para EE.UU han sido muchos y todos pesimistas, ya que la política monetaria en manos de la FED ha sido muy firme para controlar la excepcional inflación, subiendo repetidas veces las tasas de interés para enfriar la economía.

Reconocidos voceros académicos, de la banca y de los fondos de inversión han señalado “que la recesión llegará sin falta el próximo año.” Los inmensos subsidios pandémicos, la subida de los combustibles y los tapones en la cadena de suministros global han causado que los precios hayan subido mucho y muy rápido en meses recientes.

Pero el desempeño de la primera economía mundial sigue siendo tercamente favorable, ya que luego de dos nublados trimestres a inicios de año logró regresar a la senda del crecimiento en el tercero, el empleo tampoco ceja en su rumbo creciente, el gasto privado se ha mantenido y las empresas muestran resultados mixtos, con algunos sectores logrando esquivar por ahora lo peor de la tormenta.

Las bolsas respondieron con exuberancia esta semana ante las primeras señas claras de contención de la inflación, aun cuando algunos indicadores rezagados ya habían dado unos esperanzadores campanazos de alerta, como lo señaló recientemente el laureado Paul Krugman, cuando resaltó que los alquileres y el crecimiento de los sueldos ya habían comenzado a ceder. El S&P tuvo su mejor día en dos años este pasado jueves con un 5.5% arriba, NASDAQ 7% y el Dow casi 4%.

Todo esto es aún muy prematuro, ya que la globalización implica que todos los mercados están estrechamente entrelazados. Ahora bien, si la inflación comienza a bajar arriba del Río Bravo, la FED podría atenuar paulatinamente su agresiva postura, con lo cual el dólar comenzaría de inmediato a bajar de la estratosfera, se abaratarían las exportaciones americanas y se aliviaría la carga financiera de todas las economías y empresas del mundo por cuanto al pago de sus deudas, que en su gran mayoría están denominadas en green backs.

Si el Tío Sam logra escapar de la recesión, el principal motor del mundo podría servir de palanca para que las otras economías sufran una caída menor y más corta, ya que aquél mantendría la compra de insumos en todas las latitudes. Su población podría seguir turisteando por doquier, las big tech’s como Google, Amazon y Apple podrían disminuir su ritmo de desincorporación de personal y la fuerza laboralmente activa americana continuaría consiguiendo oportunidades profesionales; con lo cual el consumo privado se mantendría como la luz que guía el camino del PIB.

Un dicho atribuido azarosamente a muchos autores señala que “es muy difícil hacer predicciones, especialmente sobre el futuro.” Hay diversos factores que habrán de incidir sobre el eventual desempeño económico mundial en los próximos meses y también en el de los vecinos del norte, como el desenlace de la locura del líder soviético (ups, perdón, el líder ruso) de invadir Ucrania “porque si,” que China pueda quizás algún día superar por fin el Covid y dejar que la gente regrese a sus trabajos, en especial en las fábricas, en logística y transporte marítimo, y también que los árabes y afines decidan exportar más petróleo y gas que logre aplacar la inmensa crisis energética que en mala hora engendró el Zar.

Pero no se extrañen si los yanquis nos sorprenden otra vez con un inesperado retorno a la senda del crecimiento estable, con una gradual reducción de sus índices de precios que serviría para dejar atrás lo peor de los pronósticos borrascosos. El mundo lo necesita, así que roguemos que así sea.

guillermomendozad@gmdconsultor.com

 




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