Fabio Solano | solanofabio@hotmail.com

 

“Ya está firmado el acuerdo con Holanda. A Venezuela no le
queda más que pagar lo reclamado”. En aquella oscura oficina, esas palabras,
pronunciadas por un hombre ya entrado en años, se oyeron casi como de alivio.
Era un veterano comerciante, quien creía que esa decisión del gobierno abría de
nuevo las puertas a una veta comercial fuerte. Eso era lo que interesaba. Ante
la mirada interrogante de su joven sobrino, quien recién empezaba en aquellas
lides, decidió contarle la historia. Así entendería cómo se batía el cobre en
Venezuela cuando se trataba de dinero.

-Todo comenzó -dijo el tío Julio- con un lío con los judíos
de Coro. Has de saber Diógenes que los judíos en tiempos de la colonia no
podían venir a Venezuela, pues eran perseguidos por la Inquisición. Por eso fue
que colaboraron con Simón Bolívar en la guerra de Independencia, y para 1830 ya
había judíos en Coro. Llegaron desde Curazao, pues la isla quería establecer
comercio legal con nosotros. Coro era la ciudad más cercana por mar y por ahí
entraron. En 1831 había unos 26 comerciantes judíos, y les iba muy bien en el
comercio. Tú sabes que siempre el dinero es objeto de envidia y pronto hubo
gente que los señalaba como culpables de la 
pobreza que asolaba al país.

Don Julio continuó su perorata, mientras lo contemplaba
atentamente su sobrino: “En esos años Páez creó un impuesto exclusivo para las
importaciones de los judios. En el 35 Vargas extendió ese impuesto a todos los
comerciantes extranjeros, buscando más entradas. Pero eso no detuvo los
negocios. Pasaron los años y la crisis económica se agudizó. Los militares al
mando de la guarnición de Coro comenzaron a pedir “prestado” a los judíos,
sobre impuestos a cobrar en el futuro. Alegaban que no tenían para pagar a los
soldados. Ahí se enredó todo. Lo cierto es que hubo un momento en que el
Presidente Monagas ordenó cesar esas “contribuciones” y la guarnición no pagó.
La tropa fue licenciada y los ex soldados culparon a los judíos de todos sus
males.

El hombre se tomó un sorbo del café que tenía en la mesa, y
el impaciente Diógenes lo increpó: “¿Y qué pasó tío?”. La respuesta no se hizo
esperar: “Comenzaron a circular pasquines que exigían a los judios pagar o irse
de Coro, bajo amenaza de muerte. Luego se supo que el autor de los pasquines
fue un militar que estaba al servicio del general Falcón y pretendía que los
hijos de Israel financiarán su tropa. Se fue creando un mal ambiente contra
ellos. Como consecuencia de esta campaña mal intencionada una noche, treinta
sujetos arremetieron contra las casas de los judíos, disparando y rompiendo
puertas, saqueando sus tiendas. Ése fue el final, pues el 10 de febrero de 1856
un barco holandés, enviado a Coro desde 
las Antillas, rescató a los 168 que se consideraron expulsados”.

–Lo malo para el gobierno nuestro es que apenas llegaron a
Curazao, los deportados ciudadanos holandeses, exigieron una reparación. El
gobierno de Amsterdam, ni corto ni perezoso, de inmediato tramitó el reclamo,
sumando además una pretensión territorial sobre Isla de Aves. Ante la negativa
a discutir el asunto por el gobierno venezolano, los holandeses bloquearon La
Guaira con tres enormes navíos de guerra. Yo los vi, y de verdad que tenían un
montón de cañones. Hubo que ceder, pues aquí no había como responder a eso.
Intervinieron los cónsules de Inglaterra y los Estados Unidos, y al fin, hoy me
enteré que ya se firmó el acuerdo. Tiene fecha del 6 de mayo de 1858.

Fue cuando Diógenes interrumpió: “Tío estaba muy interesado
en la historia esa de los judíos porque esta mañana me dieron este papel en la
plaza”. Y mostró una hoja medio arrugada, donde se leía: “El pueblo de Coro no
quiere a los judíos. Fuera, váyanse como perros; y si no se marchan pronto los
zamuros van a disfrutar con su cuerpos”. El tío dijo entonces: “Esos deben ser
los resentidos de Falcón. Pero sobrino, yo conozco y he tenido tratos con los
judíos. Esos no se van a dejar así nomás. Seguro regresarán”.




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