Foto Juan Carlos Navarro

Diez campesinos del municipio Guanarito, al sureste del estado Portuguesa, habían muerto de un virus desconocido. Al principio se pensó que era dengue porque había un brote y porque producía fiebres altas y dolores musculares. Pero luego, aparecían fuertes dolores de cabeza, vómitos, convulsiones y hemorragias violentas. Parecía ébola. Mataba a los enfermos en menos de una semana. No había nada similar en Venezuela. Era algo nuevo. Los campesinos no sabían cómo se transmitía. Nadie podía protegerse. 

Era el año 1989. El Laboratorio de Virus Animales del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y el Instituto Nacional de Higiene (INH) monitoreaban la aparición de patógenos para prevenir epidemias. Eran parte del sistema de vigilancia epidemiológica en Venezuela. De las muestras de dengue que llegaron al INH, varias dieron negativo. El laboratorio del IVIC envió a Juan Carlos Navarro, un biólogo recién egresado de la Universidad Central de Venezuela, a recoger muestras. Debía descubrir qué estaba matando a la gente. 

Juan Carlos y Humberto Montañez, un técnico del laboratorio, llegaron a la zona del brote en una camioneta vieja de la Escuela de Malariología del Ministerio de Sanidad. Identificaron a los enfermos e interrogaron a la comunidad para entender mejor los síntomas y la progresión del posible virus. Luego preguntaron por sus rutinas, sitios de trabajo, alimentación, fuentes de agua, viajes y cualquier otra información que revelara posibles nexos entre los casos. Los puntos en común podrían apuntar hacia el origen del virus, pero más allá de vivir en la misma zona, no había nexos.  

Los campesinos estaban asustados. Las hemorragias desangraban a la gente. Un hombre se enfermó en el campo, regresó a casa y contagió a su esposa, le contaron. Ambos murieron. Juan Carlos se preocupó. Quizás el virus se transmitía entre humanos, pero ¿cómo? ¿Saliva, secreciones, transmisión sexual? ¿Y de dónde venía? ¿Cómo había aparecido?

Guanarito está en los Llanos. Hace dos siglos la región estaba cubierta por bosques tropicales, pero los humanos deforestaron, transformaron los bosques en sabanas para construir viviendas y sembrar. Ahora las poblaciones humanas, especialmente las que viven cerca de parches boscosos, como los agricultores, que aprovechan la fertilidad de esas tierras para sembrar, están en contacto frecuente con animales silvestres que viven allí.

Al ver el lugar, Juan Carlos pensó que el virus era de origen animal. El 70% de las enfermedades infecciosas emergentes y reemergentes, lo son. Los campesinos entraban y salían de los bosques, quizás habían cazado y comido un animal con el virus, o matado alguno durante la cosecha, contaminando el cultivo. Los mosquitos que picaban durante la faena también podían haber picado a monos, roedores, mamíferos pequeños o reptiles. Entre muchas posibilidades había un denominador común: el virus de Guanarito debía ser una zoonosis, una enfermedad animal que se traspasó a un humano. 

Juan Carlos y Humberto entraron al bosque y atraparon mosquitos, garrapatas, roedores, aves, monos y extrajeron muestras. Hicieron lo mismo con animales que estaban cerca de las casas. No necesariamente son las mismas especies. Tenían que buscar muchas especies para aumentar la posibilidad de encontrar el “reservorio” del virus, la población animal donde circula el virus naturalmente. Los virus no sobreviven ni se reproducen solos, deben encontrar un organismo y usar la maquinaria de sus células para replicarse. Los “reservorios” son los animales u hospedadores naturales que mantienen el virus circulando en un sitio, tienen el virus presente en el cuerpo pero no se enferman. 

Juan Carlos también buscó un posible vector, una especie que sirve de intermediaria, transmitiendo el virus del reservorio animal a un hospedador intermediario o a un hospedador final. Los insectos son los vectores más importantes y de ellos, los mosquitos son los que más enfermedades infecciosas transmiten. En Venezuela son vectores de la fiebre amarilla, malaria, zika, chikungunya, dengue, mayaro y otras enfermedades.  

Las hemorragias de los campesinos hacían pensar a Juan Carlos que podía ser fiebre amarilla. Buscó lluvia de monos en el bosque. La fiebre amarilla puede ser mortal para algunos monos como los araguatos o monos aulladores y, cuando los afecta, caen de los árboles en grandes cantidades, como lloviendo sus cadáveres. Es evidencia de brotes de la enfermedad. Pero no vio monos muertos en Guanarito. Tenía que encontrar el animal responsable para descifrar cómo el virus había “saltado” a los humanos.

 

Juan Carlos dormía en la casa de un campesino, en una hamaca. Meciéndose, pensaba en el virus misterioso. No debía ser transmitido por mosquitos, porque entre que un mosquito pique al animal infectado y luego a un humano, y haga lo mismo para infectar a otras personas, debe pasar tiempo. Este virus se mueve más rápido. La mayoría de los enfermos eran hombres. En esa comunidad, los hombres pasan el día en el campo. Las mujeres en casa. Debía ser algo que tenía mayor presencia en el campo, pero que estaba en ambos lugares. Mientras buscaba puntos en común, vio una rata caminando sobre una viga en el techo. La rata atravesó la casa y se escondió dentro de los sacos de granos cosechados, almacenados en el garaje. Quizás eran las ratas. 

Juan Carlos y Humberto pasaron dos semanas en Guanarito recogiendo muestras de pacientes y animales. Realizaron un informe con notas de campo, observaciones y sospechas. Llegando a Caracas, la camioneta de Malariología se accidentó. Humberto agarró la cava pequeña y cogió un autobús en la Panamericana. Junto a decenas de pasajeros, las muestras del virus mortal llegaron al Instituto Nacional de Higiene (INH). Dos semanas después, Juan Carlos recibió una llamada: debía hacerse exámenes urgentes.  

Habían logrado aislar el genoma del virus y lo compararon con otros patógenos conocidos. Era un virus nuevo, similar a uno detectado en Argentina, pero con diferencias importantes. Lo llamaron “Guanarito”. Las enfermedades virales se nombraban a partir del lugar donde se detectaban primero: Ébola es un río en la República Democrática del Congo,  Zika un bosque en Uganda. A partir de 2015, la Organización Mundial de la Salud recomendó un cambio en la práctica para evitar impactos negativos en la cultura y en la economía de estos lugares. Guanarito era el primer Arenavirus detectado en Venezuela, una familia de virus normalmente transmitidos por roedores a través de su orina, sangre, saliva o secreciones, que generan infecciones severas. En el Instituto Nacional de Higiene querían saber si Juan Carlos tenía síntomas o anticuerpos. El virus no tiene cura y mueren alrededor del 25% de los infectados

Entre 1989 y 1995 hubo al menos 105 casos de Guanarito; 34% fueron mortales. Luego desaparecieron los casos humanos por seis años. En 2001 hubo otro brote y, a partir de 2005, hubo casos todos los años hasta 2016, el último año del que se tienen cifras oficiales. Durante los brotes, coinciden roedores infectados y humanos en el mismo lugar, pero todavía no se entienden todas las condiciones que los producen. 

Guanarito es considerado un arma biológica categoría A, la más peligrosa, por el Centro de Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos. Implica que el virus pone en riesgo la seguridad nacional y salud pública y debe ser manejado con extrema responsabilidad y medidas estrictas de bioseguridad. El virus se puede transmitir por partículas microscópicas en el aire, en forma de aerosol. Guanarito comparte la categoría junto al ántrax, la peste bubónica, el botulismo y el ébola, entre otros. Todas las anteriores son zoonosis. 

Juan Carlos creció cerca de animales y sus enfermedades. De pequeño visitaba las fincas de tíos, en los llanos del estado Bolívar, viendo al veterinario vacunar al ganado y a los caballos. Siempre parecía haber una conexión entre mosquitos, pulgas, garrapatas y las enfermedades. Para su tesis de biología de la Universidad Central de Venezuela perdió el miedo a las alturas para guindar recipientes de bambú en árboles de 30 metros en Panaquire, estado Miranda, y recolectar mosquitos transmisores de fiebre amarilla a diferentes alturas y en diferentes periodos del año. Con los resultados entendió que estos insectos vivían en las copas de los árboles y bajaban cuando las copas perdían humedad por la incidencia solar. En sequía bajaban más que en periodos lluviosos. En esos momentos aumentaba el riesgo de contagio de fiebre amarilla. El comportamiento de los mosquitos influía en la transmisión de la enfermedad.

Como investigador en la UCV pasó tres años visitando 17 parques nacionales en Venezuela a fin de estudiar las especies de mosquitos que crecían en las cavidades de plantas que acumulan agua, como bromelias y heliconias. Quería entender mejor la distribución de algunas especies de mosquitos, entre otras cosas. En la cima del Auyantepuy, abría su carpa por la noche y encendía la linterna para atraer mosquitos. Cuando había suficientes, cerraba la puerta y los atrapaba uno por uno. Uno de ellos fue nuevo para la ciencia. Lo llamaron Anopheles auyantepuiensis. También encontró que la fauna que crece dentro de estas cavidades en plantas de Nueva Esparta es muy similar a la de Barlovento. Pero Nueva Esparta es una isla. Juan Carlos afirma que es evidencia de que hace miles de años, Nueva Esparta estaba conectada con tierra firme. Este proyecto sumó información sobre la distribución geográfica de especies de mosquitos vectores de enfermedades, ayudando a identificar áreas de riesgo. 

El doctorado de Juan Carlos coincidió con un auge en la investigación de enfermedades zoonóticas en Venezuela. En vez de ser un sistema de vigilancia pasivo, que esperaba la aparición de un brote para estudiarlo y actuar, el sistema fue activo, los investigadores salían al campo a buscar las enfermedades antes de que brotaran. El INH, del Ministerio de Salud, trabajaba con el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA), el IVIC, el Laboratorio de Biología de Vectores de la UCV y las universidades. Además, universidades extranjeras como la Universidad de Texas en Galveston y la Universidad de Yale, así como algunos institutos gubernamentales extranjeros como el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos o el Ministerio de Salud de Colombia, financiaron investigaciones en Venezuela. El descubrimiento de Guanarito puso al país en el mapa epidemiológico regional. Lo mismo ocurrió con la Encefalitis Equina Venezolana (EEV), un virus identificado por primera vez en 1938. 

En mayo de 1995, los caballos, las mulas y los burros en el sureste de Falcón, estaban aturdidos. Deambulaban como somnolientos, se alteraban, actuaban como locos, y luego caían muertos. En junio, poblaciones cercanas al río Tocuyo y Chichiriviche, desarrollaron fiebres, dolores musculares, vómitos y diarreas. Algunas personas se sacudían en el aire y se mordían los labios, convulsionando. Otras, entraban en un estado de confusión. Su cerebro se inflamaba. A veces morían. 

Esta es una historia de Helena Carpio en el marco del proyecto de Prodavinci y el Centro Pulitzer: COVID-19 llega a un país en crisis: Despachos desde Venezuela.
Lee el trabajo completo en Prodavinci



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