Hace algunas semanas circuló en redes sociales y portales periodísticos, una estampita con la oración al “Chamo Koki”, quien hasta el 8 de febrero de 2022 fue el delincuente más buscado de Venezuela. Abatido durante un operativo especial, se le acusaba de robo de vehículos, tráfico de drogas y secuestro. El Koki representó un verdadero dolor de cabeza para el gobierno de Nicolás Maduro, que llegó a ofrecer 500 mil dólares por información que permitiera capturarlo.

Con un prontuario como el del Koki muchas personas se preguntaron con asombro¿cómo es que ahora se le reza y pide protección? Varios de mis estudiantes me hicieron esta pregunta y la respuesta propició el artículo de la semana.

El Koki representaba la típica imagen de los jóvenes bandoleros considerados por la gente de sus barrios como un Robin Hood, que comete fechorías pero ayuda a mejorar la vida de sus vecinos. En algunos casos, surgen comparaciones con Pablo Escobar, venerado en Medellín y otras ciudades de Colombia. El famoso narcotraficante sustituía al Estado en pueblos desasistidos, mejoraba los ambulatorios, escuelas y hasta la iglesia. Por su parte, se dice que el Koki, en la Cota 905, pagaba intervenciones quirúrgicas, entregaba bolsas de comida, pintaba casas, reparaba canchas deportivas, entre otras ayudas. Estas acciones hicieron que la gente, a pesar del origen del dinero, le agradeciera, le quisiera y ahora, venerara.

Estas santificaciones populares de jóvenes bandoleros en América Latina son bastante particulares. Desde la sociología de la religión, el naciente culto al “Chamo Koki” evidencia que lejos de alcanzar el modelo de hombre secular del que habló Marx, los cultos populares se fortalecen como una manera de quebrar el monopolio de los bienes simbólicos de salvación propio de religiones hegemónicas como el catolicismo, islamismo o judaísmo, razón por la cual, esta manipulación profana de lo sagrado en términos de Durkheim, constituye una amenaza para la religión dominante.

Por lo general, cuando fallecen delincuentes como el Kokise generan manifestaciones populares que con el pasar del tiempo se convierten en rituales, en especial en las barriadas más pobres. Estas formas de adhesión vienen a consolidarhíbridos entre prácticas que combinan religión con música, medicina, economía y hasta delincuencia organizada. En todo caso estas santificaciones exceden al modelode división en esferas, en especial en los países Latinoamericanos, donde el pueblo irreverentemente ha llevado a sus propios altares no solo a bandoleros, sino también a cantantes de cumbia como es el caso de Gilda en Argentina y personajes como San Valverde en México, patrono de los narcos y denominado el Robin Hood de los pobres. En la propia Caracas se le rinde culto al malandro Ismael, cuya tumba es visitada diariamente por decenas de personas, en el Cementerio General del Sur.

Incluso, en Venezuela también se venera al expresidente Chávez, a quien se le consagró una capilla en la parroquia 23 de Enero, bastión del chavismo en Caracas. Esta sacralización ha generado una lucha entre los seguidores del santo popular, la Conferencia Episcopal Venezolana y hasta representantes del Partido Socialista Unido de Venezuela, en lo que se puede definir como una interesante lucha de poder por arrebatar a la jerarquía católica parte del campo que ha dominado durante años.

Más allá de las estigmatizaciones que realizan determinados sectores a este tipo de acciones populares, se puede apreciar que estos fenómenos sociales son indetenibles y corresponden a la efervescencia de un pueblo que busca enaltecer a gente carismática, que en vida se preocupó por atenderles y reivindicarlos. América Latina está llena de ejemplos al respecto y en el caso venezolano, representa un caldo de cultivo para estudios socio-antropológicos que permitan entender la alteridad, no para interpelarla, sino para establecer un diálogo sincero a través de las ciencias sociales, que permita comprender al otro en un país altamente polarizado.




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