La familia sigue siendo la institución más importante de la sociedad. Siempre he dicho que somos reflejo de lo que se vive en el hogar y parte de nuestra vida futura dependerá de las experiencias con padres, hermanos, abuelos y el resto de la familia extendida. En este sentido, la buena comunicación y el manejo de la inteligencia emocional resultan clave en la interacción diaria con nuestros seres cercanos, que, desde mi perspectiva, debe rescatarse en estos tiempos en los que pasamos parte del día frente a dispositivos móviles y nos olvidamos de abrazar, comer juntos y socializar las experiencias del día a día.

Obviamente, el mundo contemporáneo nos consume en el trabajo, estudios y otras ocupaciones, pero para llevar una vida plena y sana, debemos sacar tiempo para la familia. El esfuerzo traerá como recompensa un grupo fuerte, solidario y agradecido, que siempre estará disponible cuando se requiera apoyo de cualquier tipo.

En mi caso particular, se nos inculcó la empatía como un valor indispensable para garantizar la existencia humana, por lo que el apoyo al semejante siempre ha estado presente, sin importar la trayectoria religiosa, política, sexual y étnica. Es decir, se ayuda al otro por su propia condición humana y no por sus materialidades.

Sin embargo, este nivel de conciencia está ausente en ciertos grupos familiares, razón por la cual observamos eventos bastante desafortunados en los que reina el egoísmo y la vanidad desmedida.

En determinados casos, estas actitudes son generadas por las relaciones nocivas con agentes fuera de la casa, que contaminan y desenfocan. He aquí la relevancia de una sana relación familiar, basada en el respeto y la comprensión, en la que padres, sin exceder los límites de la convivencia, puedan supervisar los contenidos que consumen sus hijos, las personas que frecuentan y de qué manera usan el tiempo de ocio.

En este contexto, es indispensable aprender a escuchar, así como entender las experiencias del otro sin cuestionamientos de ninguna índole. Lo que planteo no es garantía del éxito. Existen familias en los que algunos miembros se alejan de ese proyecto de interacción ideal, generando situaciones hostiles que desestabilizan. Vienen las culpas, los reproches y señalamientos, los que deciden buscar ayuda profesional y comienzan a drenar estas experiencias, alcanzan acuerdos, se perdona, se olvida y se renace. Otras deben aprender a vivir con una carga que siempre resultará pesada, pero hay que seguir adelante.

Existen familias en las que el egoísmo de ciertos miembros, los fanatismos, la ambición de poder, el consumo de drogas, alcohol y otras sustancias, carcomen como un cáncer y destruyen todo a su paso. A veces la reconciliación es inevitable y se aprende a administrar la crisis. Pareciera que cobra vigencia la frase del filosofo Jacques Rousseau cuando afirmó que “el hombre nace bueno, pero la sociedad lo corrompe”.

Serían las mal llamadas ovejas negras, pues ese noble animal no merece tal comparación ni es responsable de la barbarie protagonizada por esos personajes a los que llamo “los Jokers”, esos hombres y mujeres que nadie atendió, nadie escuchó, sus familiares no observaron ninguna anomalía a tiempo, y ahora desbordan toda su maldad.

Con esta reflexión quise hacer un llamado a rescatar el amor en familia, a la sana comunicación y a la inversión de tiempo que permita enriquecer las relaciones con las personas que amamos. El mundo requiere de seres humanos más comprensivos y solidarios, pero ese nivel de empatía no se alcanza de la noche a la mañana.

Hay que trabajarlo en la cotidianidad con las experiencias del día a día. Yo celebro a la familia que tengo, por su ejemplo, confianza y solidaridad. Un retrato de seis hermanos que nos enorgullece y que logramos capturar en cámara, fuera del país tras 16 años de espera.




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