Elegía a las casonas añejas de nuestra Valencia

(Relatos ingeniosos de hechos y personajes)

 

Caen mis lagrimas
como ladrillos de adobe
cada vez que una casona se derrumba

Se alza mi indignación
por no tener, por no poder, por no hacer,
cada vez que se vuelven escombros
las historias, las leyendas, la memoria

Mi espíritu se vuelve nada
cuando imagino el estruendo
que produce la caña brava al quebrase,
cuando la madera de las ventanas y puertas,
se convierte en añicos

Casonas, techos rojos,
zaguanes, caminos complejos de ir o venir,
ventanales; flores, serenatas, picardías

Todo eso, junto a los pilares inmensos de los corredores, los poyos o poyotes, las viejas lámparas de los candelabros,
se van sumergiendo en olvido,
en un ripio que terminará a la orilla de un camino

¿Y tú Valencia?
Sí, tú, esa Valencia vetusta que lleva a cuesta, ese recuerdo primigenio aquellas sus casas, que como nos dice el historiador y amigo Luis Heraclio Medina < Casas de barro y paja, las primeras casas construidas en Valencia por los conquistadores del siglo XVI. Eran muy rudimentarias>

Hoy, aunque te llaman, Casco histórico, aunque hay una ley que obliga a proteger el patrimonio arquitectónico de la nación, nuestras casonas desaparecen, se caen, se derrumban de tanto olvido e indefensión, y lo más indignante… sucede luego que allí, se levanta un gigante monstruo de oficinas o apartamentos, poniéndole punto final, a ese pedazo de historia.

Y así Valencia, poco a poco el rompecabezas de los recuerdos, las vivencias, los pasos, y los tiempos, se va quedando sin piezas.
Por eso llora el Cabriales, por eso, aquellos manantiales que llegaban a la ciudad desde el cerro la Guacamaya, desde el punto conocido como el Monte de la Acequia, se quedó sin lágrimas, se secó… pues ya sabía hacia donde iba toda esa inacción.
¡Les recuerdo… se peca por acción u omisión!

Que pena me da, con aquellas primeras construcciones, como el Hospital San Antonio de Padua, hoy conocido como la Casa de la Estrella, donde la historia se hizo imperativa en su tiempo. Y qué pensará aquel viejo Convento de San Buenaventura (hoy la sede del Centro de Interpretación Histórica, Patrimonial y Cultural de la Universidad de Carabobo, y la iglesia de San Francisco, o Santuario de José Gregorio Hernández), que nos querrá decir aquel vetusto Beaterio de las Carmelitas (hoy Capitolio, o sede del gobierno regional del estado Carabobo).
¿Qué callará nuestro templo arzobispal o Catedral de Valencia, que data también de aquellos primeros tiempos?

Por eso me siento, lloro y me pregunto
¿Qué será de esas casonas solariegas en los próximos años?
¿Qué será de la casona de los Minguet Letteron? Casona del siglo XIX, y con una historia impresionante, con vivencias, incluso de nuestras guerras independentistas.
Hoy, con dolor, le escuchamos gritar; ¡Auxilio, auxilio, sálvenme!

Que será de la casa conocida como la Cruz Verde, o la casa donde nació nuestro Monseñor Luis Eduardo Henríquez, la casa de los Hernández Monagas, hoy sede de la Escuela de teatro Ramon Zapata, y que además se encuentra en el Catálogo del Instituto de Patrimonio Cultural de la Nación y es Monumento Histórico de la Nación bajo el Decreto Número 28704 de fecha 16 de agosto de 1968.

Me duele ver que tanta tierra rojiza, arcillosa, como la llama nuestro amigo y arquitecto Luis Maldonado, se diluya sobre el asfalto de nuestra ciudad.
Arcilla, paja, y agua del Cabriales, le dieron forma, a los adobes de muchas casonas valencianas.

Y después, de tanta arcilla sacada de las faldas del Morro de San Blas, nació una laguna, que también aporto agua a los nuevos adobes.
Laguna que más tarde tuvo unos barquitos, distracción del valenciano los fines de semana, y que desapareció cuando a San Blas le abrieron una trocha para construir la autopista del este.
El lugar hoy lo conocemos como la Adobera.

Me estremece el alma leer a nuestro amigo, casólogo y cronista de la Sociedad Amigos de Valencia, don Francisco Cariello, cuando nos alerta; las heridas del centro de Valencia siguen abiertas. Sin sanar e infectadas de olvido.
Ahí está la casa Malpica, casa donde José Tomás Boves masacró a vecinos de Valencia en 1814. también está la casa donde vivió Fernando Peñalver, y donde además se hospedó el barón Alexander Von Humboldt, está el edificio Márquez al que pudiéramos llamar hermano de la Casa Consistorial, amén de la casa natal del pintor Arturo Michelena, derribada hace años para dar paso a un centro comercial. hoy solo se le recuerda tristemente con una placa

¡Pero es que hay más!
Ya que el grito de auxilio no se queda allí
No es solo el centro de Valencia, las parroquias San Blas y Candelaria, caminan a paso acelerado, rumbo a ese mismo destino.
Me entristece la condición de la casa natal de Don Miguel Peña, en la Candelaria, que data del siglo XVIII. La casa donde vivió el maestro Antonio Carrillo en San Blas.
En fin, me consterna la ovación desmedida al progreso, sin tomar en cuenta el camino que otros recorrieron para que nosotros podamos estar hoy aquí; vivencias, tradiciones, semblanzas, memoria de los tiempos idos.

Por eso con asombro, miro hacia los cuatro puntos cardinales y… solo veo un futuro incierto, no hay una mano extendida, una palabra de compromiso, un proyecto que pueda hacer valer, el valor de nuestro patrimonio arquitectónico local.

Atormenta, mis queridas casonas añejas… atormenta.
Ese caminar de ustedes, lento y doloroso, como un Jesús en su viacrucis.

Pero es que además me da miedo pensar, ¿Qué será de las futuras generaciones?
¿Acaso podrán reconocer su pasado?

Y es allí que, sentado frente a una parte de los escombros de esta última casona esquinera que se derrumbó ahí en el centro de Valencia, alzo mi voz y digo; me niego a escuchar el Réquiem de Mozart por cada casona derruida.

Prefiero unirme a la causa de Luis Heraclio Medina, Luis Maldonado, Francisco Cariello Gubaira, Juan Carlos Rojas, Carlos Cruz y otros tantos que ahí, desde la Academia de la Historia del estado Carabobo, comandados por el amigo José Alfredo Sabatino, se busca, hacer entender al mundo y sus autoridades, que es urgente y conminatorio atender con prontitud el bienestar del patrimonio arquitectónico de la ciudad.

O la causa de los amigos de Facebook con su grupo Casonas Valencia, Historia y Nostalgia, del buen amigo Pedro José Morales.

Dios las salve casonas,
solariegas, valentinas,
cuenten con nuestras manos
¡La historia jamás termina!

Don Pío Lara

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Pío Lara
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