“Me niego a ir a cualquier espacio habilitado por ellos”, “no interactúo con esa clase social de la revolución (enchufados y chavistas)” protestó un amigo mío en mi cuenta de Instagram @cjaimesb, cuando posteé unas fotos de un evento al que asistí la semana pasada en el hotel.

Ya lo dije en el artículo de la semana pasada, pero lo repito: cuando me invitaron, averigüé quiénes estaban detrás de esa invitación, no fuera a encontrarme con la desagradable sorpresa de que un enchufado estuviese por detrás. Tras asegurarme de que no habían enchufados de por medio, decidí que iría. Fue el primer evento al que asistí desde que se decretó la pandemia. Quería ver cómo había quedado el hotel después de la exhaustiva remodelación. Ya había ido hace dos años y medio y me sentí feliz de que se rescatara una obra que es patrimonio de todos los venezolanos. En un país como Venezuela, con tan pocos tesoros arquitectónicos, valía la pena rescatar una joya como lo es el Hotel Humboldt. Tomás Sanabria es, sin que me quede duda, uno de los mejores arquitectos latinoamericanos, comparado al brasilero Óscar Niemeyer y al mexicano Juan O´Gorman.

¿En qué otra parte del mundo hay un hotel de cinco estrellas con vista panorámica del mar de un lado y de una ciudad hermosa como Caracas del otro? ¿Cuántos hoteles de cinco estrellas hay a 2200 metros de altura? ¿Dónde hay un clima tan delicioso como el que se siente allá arriba? Javier Vidal nos decía “me siento como en Madrid en otoño o primavera”. Un frío riquísimo nos acompañó en la terraza donde subimos a ver el atardecer.

Si mi amigo de verdad no pisara los lugares “habilitados” por el régimen, no podría salir de su casa porque las calles, aunque chimbamente, han sido repavimentadas, asfaltadas y sus huecos reparados n veces por el régimen. El Humboldt es propiedad del Estado venezolano –no del régimen- lo que significa que es de todos. ¿Por qué no vamos a poder ir? Una cosa es aceptarle una invitación a un enchufado, otra muy distinta es no dejarles el espacio a quienes han destrozado el país, mantienen un discurso populista mientras la gente se muere de hambre y encima, quieren adueñarse de un espacio que nos pertenece a los venezolanos.

Me consta el trabajo que realizaron Loly Sanabria, hija del arquitecto Tomás Sanabria y Gregory Vertullo, arquitecto restaurador. Ninguno de los dos es enchufado. ¿Qué quieren entonces, que hubieran dejado perder el hotel como tantas obras maravillosas en Venezuela que han caído por la desidia, la irresponsabilidad y el ánimo de destrucción del régimen y sus seguidores?

Es cierto que hoy quienes tienen más dinero son los rojos. Y como es dinero robado, lo gastan a manos llenas. Si usted no va al hotel, ellos seguirán disfrutándolo. Si usted va, tendrán que quedarse en sus habitaciones, porque temen exponerse al gran público.

El trabajo que ha hecho Luis Semprún, gerente general del hotel, es encomiable. La atención y el mantenimiento son realmente de cinco estrellas. Semprún tampoco es enchufado: ha trabajado en hotelería y líneas aéreas privadas buena parte de su vida.

Por cierto, en mi página de Instagram, otra de las enardecidas se quejó de que yo estuviera en el Humboldt y hubiera criticado que el grupo Caramelos de Cianuro hubiera ido a la fiesta de la mujer de Jorge Rodríguez. Yo no le acepté ninguna invitación a ningún corrupto. No cobré nada por ir. Fui a un sitio hermoso que nos pertenece a todos. Espacio que dejamos, espacio que ocupan, como la verdolaga…

Vaya al Humboldt y reviva la Caracas de los años 50 bellamente restaurada. Y, sobre todo, no deje que los chavistas se adueñen de un hotel que no les pertenece. El Humboldt es del Estado, por lo tanto, es de todos.

@cjaimesb




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