El doctor José Gregorio Hernández es uno de los personajes más queridos por todos los venezolanos. Sus aportes a las ciencias médicas, indiscutible carisma y esmero en atender a los más vulnerables, lo convirtieron en un ser excepcional, único, inigualable, irrepetible, cuya presencia sigue tocando la vida de miles de personas, quienes ofrecen increíbles testimonios sobre su mano sanadora.

Precisamente el sábado pasado estuvimos visitando el santuario de La Candelaria, en Caracas, donde se encuentran los restos del insigne doctor y algunas reliquias. La experiencia fue gratificante, en especial, porque fuimos con estudiantes de la asignatura Nociones de Antropología Cultural, de la Escuela de Comunicación Social de la UAM. Los chicos tuvieron la oportunidad de hacer observación participante, escuchar de primera mano de los milagros adjudicados al “médico de los pobres” y de curiosidades de su vida, gracias a la guiatura de Carlos, uno de los sacristanes de la iglesia.

Más allá de los aspectos religiosos, el contacto de los jóvenes con la vida y obra del doctor Hernández, removió aspectos identitarios de la cultura venezolana y de los valores que representó en vida. Un hombre estudioso, solidario, empático, amoroso, preocupado por la gente, abierto al diálogo y siempre dispuesto a ayudar. En este sentido, se convierte en un ejemplo a seguir para nuestros muchachos, en estos tiempos de turbulencia, guerra, caos e incertidumbre, en los que los líderes mundiales son incapaces de unir esfuerzos por la estabilidad del planeta.

José Gregorio Hernández dedicó su vida al prójimo, pero siempre dispuso de tiempo para la formación académica, a sabiendas, de que el talento sin formación no sirve de mucho. Por esa razón, estudió Ciencias Médicas y se graduó en 1888. Prosiguió la formación en Francia gracias a una beca del gobierno venezolano. En Paris se especializó en Histología Normal, Bacteriología y Fisiología Experimental. Regresó al país en 1891 y se incorporó como docente en la entonces Universidad de Caracas. Trajo el primer microscopio, fue pionero en investigar procesos embriológicos, tuberculosis y fiebre amarilla. Estaba consciente de que, para servir como médico, requería años de estudio.

Con su trabajo evidenció que el estudio es importante, que el estudio abre puertas, amplia la mirada y nos hace ver el mundo de manera diferente. También que el equilibrio espiritual es necesario y que, sobre todas las cosas, es imprescindible seguir lo que nos dicta el corazón. Por esta razón, espero que lo que se planteó como una visita académica, toque el corazón de estos jóvenes para que se conviertan en fuente de inspiración para todos los que le rodean.

 

 




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