En nuestro país la mayoría de la población es muy creyente y la diversidad religiosa es visible. Sin embargo, no todas las personas se relacionan con las deidades en las que confían de la misma manera. Históricamente, las religiones de matriz cristiana han gozado de una fuerte legitimidad por la sociedad en general, con el apoyo de los gobiernos de turno, los medios de comunicación y las propias ciencias sociales, que se han encargado de arropar bajo la superstición y/o magia, a todas las expresiones que se alejan de las religiones hegemónicas: catolicismo, judaísmo, e islamismo.

Esta situación nos ha llevado a mirar con recelo y estigma a expresiones religiosas alternativas, entre ellas las de matriz africano, quizá las más afectadas por esta suerte de exotismo que las convierte en una anomalía, cuyos protagonistas son considerados salvajes. En el imaginario de mucha gente, por ejemplo, pertenecer a la comunidad Yoruba o practicar la Umbanda, es sinónimo de brujería o de gente que le hace el juego a entidades malignas. Por si fuera poco, cuando algunas de estas personas usan vestuarios característicos de estas religiones, son víctimas de cuestionamientos dentro y fuera del ámbito familiar, lo que nos coloca ante casos de violencia que nunca son atendidos por el Estado venezolano.

Si el asunto toca a religiones espiritistas tiende a complicarse. La fuerte mirada cristiana hace que, por ejemplo, los practicantes del culto a María Lionza sean juzgados por doquier. La situación se dificulta cuando, quien juzga es un fanático evangélico pentecostal, de esos que ven al demonio en todos los cuerpos, pero son incapaces de mirar las crisis dentro de sus propias familias.

En este contexto sostener un verdadero diálogo interreligioso que fortalezca la democracia parece una utopía. La Constitución Nacional, en su artículo 59 consagra la libertad de religión y de culto, pero sabemos que no todos pueden manifestar libremente su creencia. Además, los esfuerzos que han hecho algunos gobiernos municipales y consejos legislativos se desvanecen, cuando quienes están al frente de velar por los asuntos religiosos no han descentrado lo suficientemente la mirada, para comprender que las conexiones con entidades sagradas superan al catolicismo o a los evangélicos pentecostales.

En algunas de estas instancias han abordado la temática, pero de forma bastante limitada. Se convocan reuniones que reafirman la legitimidad, por ejemplo, de los evangélicos, en lo que podemos llamar un diálogo inter cristiano, que no es capaz de reconocer – o no quiere hacerlo-, que la diversidad religiosa en Venezuela es bastante amplia. En este sentido, la idea de campo religioso que manejan estos funcionarios se limita a las grandes instituciones, pero excluye a otras prácticas minoritarias.

Si queremos impulsar cambios desde las políticas públicas para contribuir a una verdadera libertad religiosa, tenemos varias tareas pendientes. El perfil de los funcionarios encargados de los asuntos religiosos debe cambiar. Esta gente debe formarse y entender que la diferencia no solo está marcada por evangélicos. En segundo lugar, garantizar verdaderos diálogos interreligiosos basados en el respeto y el entendimiento del otro: También se hace importante que desde la Academia se emprendan investigaciones que se alejan del fuerte paradigma católico-céntrico que reina en las universidades venezolanas, y se comiencen a discutir otras alternativas de vínculo pero alejadas de la carga estigmática que empleamos cuando nos creemos dueños de la verdad absoluta.




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