La Universidad celestina

Algunas universidades venezolanas quedarán para la historia. No por sus aportes al país en materia científica y tecnológica, sino por convertirse en celestinas del régimen de Nicolás Maduro, el tirano que mantiene al mismo sector universitario sobreviviendo con presupuestos insuficientes y sueldos de hambre para docentes, personal administrativo y obrero. Resulta vergonzoso como determinadas casas de educación superior -públicas y privadas- se convirtieron en fábricas de chorizo, en las que se elaboran títulos y se confieren condecoraciones para vestir de capital simbólico a funcionarios chavistas y congraciarse de esta manera con un gobierno que mantiene al país asfixiado en la precariedad.

A quienes con disciplina obtuvimos doctorado en excelentes universidades, nos causó indignación el reciente Honoris Causa regalado al hijo de Nicolás Maduro, a quien llaman “Nicolasito” y cuyo mérito desconocemos. El rector de la Universidad Experimental Rafael María Baralt, Rixio Romero, alegó que la causa de honor radica en “su trabajo y aportes al país”, discurso extremadamente pobre para justificar una alcahuetería. ¡Pena ajena señor! La investidura convertida en caricatura.

Otras universidades tratan de simpatizar con el régimen y se van desvaneciendo con el tiempo. Entre ellas firman convenios, entregan títulos de doctorado en dos años, elaboran tramas, regalan pergaminos, bandas y medallas, pero es poca, por ejemplo, la producción intelectual que presentan al país. La guinda de la torta, escuchar a sus autoridades recordando al “comandante eterno y supremo”, como es habitual en el cura que dirige la Universidad Católica de Santa Rosa, ubicada en Caracas. La imagen de la excelentísima universidad ha sido partidizada y rebajada a pulpería.

Lejos están estas instituciones que buscan la gracia chavista de la otrora universidad crítica, que busca soluciones a la problemática nacional, afianzada por el mismo gobierno al que pretenden ensalzar, graduando a cientos de funcionarios sin las exigencias académicas necesarias. Por lo administrativo no hay problema, se cocina en las oficinas.

Lejos están estos centros educativos de la prestancia, por ejemplo, que obtuvo la ilustre Universidad de Carabobo al conferir un doctorado Honoris a Nelson Mandela en 1988, lo que llenó de orgullo a todo el país. Un hombre que luchó ante las injusticias del apartheid era reconocido por su lucha incesante. O el doctorado conferido por la UC al gran maestro Alfredo Fermín, quien con su pluma denunció las arbitrariedades de la revolución y defendió hasta su último respiro el principio constitucional de la libertad de expresión y el derecho a la información veraz.

Como siempre manifiesto, seguimos confiando en las reservas morales de la Universidad pública y autónoma, esas que con gallardía enfrentan al régimen y visibilizan los atropellos del sector.

Aplausos, por ejemplo, para la Central de Venezuela, a su exrectora Cecilia García Arocha, injuriada muchas veces por enfrentar a la tiranía; aplausos para el vicerrector ucista Miguel Ángel Ferreira, a quien siempre admiré y me propuse emular en mi paso por la academia; a la rectora Jessy Divo, quien no la ha tenido fácil durante su gestión; a los rectores de la Universidad de los Andes, Oriente y Zulia, por la cruzada que mantienen desde hace años en defensa de todo el sector Universitario.

Las privadas también merecen una mención. En especial la Católica Andrés Bello, en cuyos pasillos se respira esperanza y cantan verdades al régimen de vez en cuando. En Carabobo, a las autoridades de la Universidad José Antonio Páez, cuya trayectoria y experiencia académica es visible por la gestión encabezada por la rectora Haydee Páez. Los casos positivos nos reconfortan y recuerdan que no todo está perdido. Las celestinas serán recordadas como eso: alcahuetas.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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