Haití
Habitantes caminan por una calle este sábado en Puerto Príncipe (Haití). Foto EFE/ Johnson Sabin

La vida ha cambiado totalmente en Puerto Príncipe; ya nada es como antes, con las bandas sembrando el terror día y noche. Incluso las relaciones sociales se derrumban, domina la desconfianza, en un país, Haití, con más de 360.000 desplazados internos por la violencia.

Muchos de ellos viven como nómadas. Esas cifras proporcionadas por Naciones Unidas aumentan a diario, especialmente en los últimos días, con los ataques de las bandas en un intento por derrocar al gobierno del primer ministro Ariel Henry.

«Mi vida ha cambiado mucho, es muy complicado vivir tranquilo y sin miedo», dijo a EFE el fotógrafo Johnson Sabin. Se quejaba de que ya no puede hacer su trabajo como antes, ni simplemente divertirse al hacer sus fotografías en diversos puntos del país.

Cada año nuevo los haitianos sueñan con que la situación en el país mejorará, pero todo va a peor. La población de este país ha vivido terremotos, accidentes aéreos o el asesinato de un presidente en su propia residencia. En las carreteras, los jóvenes pandilleros que deberían estar en la escuela sustituyen a la policía.

Haití
Dos hombres cargan un ataúd por una calle en Puerto Príncipe (Haití). Foto EFE/ Johnson Sabin

Haití se vuelve inhabitable

El trazado de Puerto Príncipe ha cambiado. Las zonas sin ley se multiplican. Algunas áreas y barrios han quedado completamente abandonados a las bandas armadas que controlan al menos el 80 % de la capital, obligando a la población a restringir sus movimientos.

La expresión ha pasado de «hasta mañana, si Dios quiere» a «hasta mañana, si los bandidos quieren».

El mañana es incierto. Ante el aumento de la inseguridad, todos esperan «su turno», cuándo les tocará ser víctimas de secuestros, robos, violaciones o ataques armados.

Con el estado de emergencia impuesto en el área metropolitana de Puerto Príncipe desapareció la vida nocturna. Al caer la noche, las calles están vacías. Los comerciantes abandonan precipitadamente las aceras, que se han transformado en un mercado público donde la basura y la suciedad se codean con la mercancía.

La gente se apresura a volver a casa. Las calles, a las que los haitianos acuden en busca del sustento, se vuelven hostiles. Ahora se dice que «buscar la vida destruye la vida».

La música, incluido el rap que solía apasionar a los jóvenes, pierde el sentido. Rara vez se ve jugar al fútbol o al baloncesto en los barrios donde antes estos deportes eran populares. Tampoco están ya los vendedores de comida que solían instalarse hasta altas horas de la noche, envueltos en un ambiente festivo.

«Las actividades socioculturales están completamente reducidas, también veo a mis amigos que se fueron de Haití y muchos de ellos se están yendo por la violencia. Quiero seguir creyendo en mi país. A pesar de que es complicado vivir con normalidad, debemos luchar para que nuestro hermoso país no desaparezca», agrega Sabin.

Los territorios perdidos y abandonados a las bandas se multiplican. Zonas antaño consideradas seguras se convierten en epicentros de la violencia, provocando la huida de civiles abandonados a su suerte. Es más fácil morir por una bala perdida que encontrar trabajo en un país asolado por el desempleo, que crece a medida que la inseguridad empuja a empresas a la quiebra.

Haití
Manifestantes protestan para exigir la renuncia del primer ministro Ariel Henry el jueves en Puerto Príncipe (Haití). Foto EFE/ Johnson Sabin

¡Salir a toda costa!

Aquí, las bandas son la ley. Sustituyen al Estado. La policía carece de medios, no hay voluntad para resolver la situación.

La miseria, la pobreza y el hambre son el día a día de los haitianos. La esperanza abandona a Haití, empujando a muchos a tratar de emigrar a otros países: Estados Unidos, Canadá, Francia, México, Nicaragua, Chile y la República Dominicana son los principales. Se han marchado médicos, enfermeros, abogados, directivos de instituciones públicas y privadas, el eje profesional de la nación caribeña.

Algunos haitianos se dan por vencidos, a la espera de ser confirmados en el programa humanitario ‘parole’, que ofrece residencia temporal en Estados Unidos a ciudadanos de ciertos países.

Otros, impacientes, prefieren ir a esperar su confirmación a la República Dominicana, mientras hay quienes atraviesan México en sus intentos de llegar a suelo estadounidense.

Pero aún hay muchos que esperan recuperar su vida de antes de la violencia, moverse por el país sin preocupaciones. «Pa gen Kanaran san dezè (No hay Canaán sin desierto)», es una expresión que repite esta sociedad de creencias mágico religiosas.

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