Las prácticas impuestas por regímenes ultraconservadores que pretenden controlar formas de vestir, así como derechos fundamentales para las mujeres siempre deben ser condenadas. La propia sociedad iraní, por ejemplo, ha mostrado signos de hartazgo ante las normas absurdas que los ortodoxos islámicos siguen aplicando desde la revolución de 1979, aunque sean rechazadas por gran parte de la población, cansada de tanto extremismo y verborrea religiosa.

El debate sobre estos temas reaparece de nuevo tras la misteriosa muerte de Masha Amini, detenida la semana pasada por la Policía de la Moral en Teherán. La joven de 22 años fue apresada por no llevar “bien puesto el velo”, prenda obligatoria en el país persa para que “las mujeres no estén desnudas”. Luego, en plena comisaría sufrió un infarto y entró en coma en extrañas circunstancias, lo que motivó sendas protestas en todo el país, en especial entre las mujeres universitarias y las más jóvenes, que comenzaron a expresar en las calles su descontento por el sometimiento del que han sido víctimas en los últimos 40 años. El lema de estas manifestaciones ha sido: “Mujeres, vida y libertad”.

La irreverencia mostrada por estas jóvenes es digna de admirar. Muchas se han quitado el velo públicamente, cortado el cabello y publicado estas accione en redes sociales, sin temor al castigo que sus acciones pudiesen generar. Luchan por una transformación social que ponga fin al fundamentalismo y la vigilancia de los líderes religiosos, con gran influencia sobre las decisiones políticas. Irán es un país en el cual, la palabra del ayatollah es similar a la palabra de Dios. En este sentido, las mujeres han iniciado de a poco una verdadera revolución, al desafiar las leyes islámicas y gritar unas cuantas verdades contra el gobierno, que históricamente se ha hecho el ciego frente a la actuación de los vigilantes de la moralidad, fuerza que cada día suma rechazo y pierde respeto.

En esta cruzada no están solas. Caras visibles se han sumado a la furia por la muerte de Masha. El cineasta iraní Asghar Farhadi, ganador en dos oportunidades del Premio Oscar a la mejor película extranjera escribió “Mahsa ahora está más viva que nosotros. Nosotros estamos dormidos, sin reaccionar ante esta crueldad sin fin. Nosotros somos cómplices de este crimen”, denunció ante la crueldad y violación de los derechos humanos en su país. La misma línea siguió el afamado futbolista Sardar Azmoun, delantero del Bayer Laverkusen, expresó la frase lapidaria: “Si eso son musulmanes, que Dios haga de mí un infiel”, refiriendo a la aberrante actuación de la Policía Moral.

Cada sociedad tiene normas y prácticas culturales que deben respetarse. Sin embargo, el caso de muchos países árabes la imposición de reglas, en especial para el control de la mujer, son rechazados por su propia gente, salvo por los representantes de la vieja ortodoxia islámica. Además, toda tradición cultural que atente contra los derechos humanos e ignoren los estándares de justicia y moralidad, deben ser condenados por la comunidad internacional. Esperemos que lo que parece una muerte provocada -que seguramente será ocultada por las investigaciones oficiales- no sea olvidada por el propio Dios que profesan y que siga despertando la gallardía de miles de mujeres iraníes.




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