La pandemia sacó lo mejor de los docentes universitarios a los que, sin mucho adiestramiento en nuevas tecnologías de comunicación e información, les correspondió adaptarse y asimilar sobre la marcha. También, en la mayoría de los casos demostraron empatía a sus estudiantes, marcados por un virus que nos afectó a todos, sin distinción. Sin embargo, este contexto lleno de muerte y tragedia también despertó la patanería en ciertos profesores, incapaces de comprender las necesidades de su propia alteridad.

Por suerte estos ejemplos son muy pocos. Hace días me enteré de una joven cuyo padre estaba muy afectado de salud, situación que ameritaba su involucramiento casi de forma exclusiva. Cualquiera hubiera actuado de esa forma, porque madre y padre solo hay uno. La estudiante notificó a la mayoría de sus docentes, quienes fueron bien solidarios. Pero nunca faltan los “peros”. Hubo uno, bastante insensible y desde mi perspectiva no debería estar pisando un aula de clase, que le respondió: “todos pasamos por situaciones difíciles, así que tendrá menos calificación”. A los días, el familiar de la joven falleció.

Casos como esos reflejan el tipo de sociedad en la que estamos inmersos. Hablamos de adaptar paradigmas ecosistémicos en los que el reconocimiento del otro y la profundización del ser son prioridad absoluta, pero gente con la mente cuadrada como el señor que les mencioné anteriormente, interfieren grandemente en cualquier proyecto que conlleve a una mejor educación y por ende, a un mejor país. Ese tipo de gente mutila esperanzas, sueños, son incapaces de escuchar y despliegan toda su prepotencia dentro de su sistema patriarcal, que permite que los poderosos vulneren a los más débiles, en este caso, nuestros estudiantes.

La prepotencia debe estar lejos del aula de clase universitaria en pre y postgrado. Para ello se hace necesario que los profesionales que ejercemos la educación, realicemos programas de docencia que no solamente indiquen cómo planificar o redactar competencias, sino permitan ejercitar la reflexión crítica entre pares y, de esa manera, tomar las mejores decisiones a futuro.

Recuerdo en el año 2002, cuando la Universidad Arturo Michelena apenas tenía unos meses funcionando, su rector fundador, ingeniero Giovanni Nani Ruggeri, preocupado por la formación de sus docentes, organizó excelentes programas en esta sintonía. En esa oportunidad conocí a Marilin Durant y Luisa Biaggi, quienes dejaron impronta en los profesores noveles, por su calidez, humildad y conocimiento. Quienes compartimos con ellas en esa ocasión, nos mantenemos en la cruzada por una educación liberadora, de vanguardia, que ubique al estudiante como un interlocutor válido, al mismo nivel del docente.

En este sentido y a medida que recuperamos la presencialidad, debemos permanecer alerta frente a estos casos de inhumanidad. Después no vale sorprenderse por un mundo inundado con figuras como Vladimir Putin.

 

 

 




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