Foto cortesía Prodavinci

Paulino llevaba cinco días con malestar y día y medio de fiebre el día que declararon la cuarentena obligatoria en Venezuela. Era el 15 de marzo de 2020. No creía que fuera grave. Los días anteriores había cumplido con las medidas de prevención.

“No puedo arriesgarme a contagiar a tu mamá”, le había dicho a Andrea cuando hablaron sobre la nueva enfermedad covid-19. Mireya, la mamá de Andrea, es asmática. Según los primeros estudios sobre la enfermedad, los pacientes con afecciones respiratorias previas tenían mayor riesgo de morir. 

En el grupo de Whatsapp que Paulino compartía con sus primos y hermanos le pidieron que fuera al médico. Una de sus primas era médico en España y le insistió en que se hospitalizara. “Miren a ver si no es el coronavirus”, advirtió Andrea, su hija, desde Madrid. Paulino no quería preocupar a nadie. Llamó al seguro y una ambulancia llegó para atenderlo. Era una visita simple, solo para evaluar lo que sentía. “Puede ser una gripe”, le dijo el médico. Le mandó reposo. Parecía que no había motivo para preocuparse. 

La ambulancia del seguro era la segunda que entraba a la urbanización esa semana. Días atrás, un grupo de funcionarios del Ministerio de Salud buscó a una familia que había llegado en un vuelo de Iberia desde España. El gobierno dijo que en ese avión llegaron las primeras personas con la covid-19 a Venezuela. En España, la cantidad de casos crecía exponencialmente. Las salas de espera se llenaban de personas que requerían atención, entre el 15 y 16 de marzo las muertes habían aumentado de 16 a 152 en un día. Madrid estaba a punto de convertirse en el nuevo epicentro de la pandemia después de Wuhan en China y la región de Lombardía en Italia. Mireya y Paulino no conocían a los vecinos viajeros, solo sabían que vivían en otra torre de la urbanización.

Mireya y Paulino tenían siete años viviendo en Escampadero, un conjunto de residencias en La Tahona, en el municipio El Hatillo en el sureste de Caracas. Mireya estaba en contacto con los vecinos a través de un grupo de WhatsApp para temas de la comunidad, como avisar cuando llega el agua por tuberías o cuando toman medidas por apagones. Enfocada en el chequeo médico de Paulino, Mireya no revisó los mensajes. En un chat de vecinos decían que la ambulancia había buscado a una persona con coronavirus. Estaba grave, aseguraban. Escribieron la torre, el piso y el número de su apartamento. También escribieron sus nombres. Los vecinos lo diagnosticaron: estaba infectado.

Paulino continuó con fiebre durante dos días. Así que fueron al médico. En la urbanización circulaban rumores, que llegaron hasta Mireya por un par de vecinas. 

Los pulmones de Paulino se veían bien, dijo la doctora durante la consulta. Todo indicaba que era una gripe, pero había que hacerle más pruebas. Pidieron el test para descartar el nuevo coronavirus, pero no tenían el kit para tomar la muestra. La doctora les dijo que regresaran si el malestar persistía. Volvieron el jueves 19, el viernes 20, el sábado 21, el domingo 22 y el lunes 23. Ese último día, a Paulino le costaba tomar aire. Cuando llegaron a la clínica les dijeron que el kit que tenía asignado lo usaron en uno de los médicos, que volviera al día siguiente. “No se vayan a la casa, váyanse a otra clínica, lo hospitalizan y que allá hagan la prueba”, les dijo Andrea.

Desde Madrid, Andrea seguía la evolución de su papá en tiempo real. Los primos de Paulino también le pedían reportes en su grupo de WhatsApp. La prima de España urgía que lo hospitalizaran. En un chat de vecinos decían que Mireya también estaba enferma, que estaban ocultando información, que los iban a contagiar a todos, que eran unos irresponsables por salir tantas veces de casa.

Esa noche, Mireya metió ropa de ambos en una maleta. El plan era hospitalizarlo. Al día siguiente fueron a la Policlínica Metropolitana, un centro privado al otro lado de la ciudad incluido en su seguro médico. A Paulino todavía le costaba tomar el aire, pero se sentía bien. Mireya lo dejó en la entrada de Emergencias mientras ella estacionaba el carro. Cuando llegó a la sala, no lo encontró. Lo habían ingresado en aislamiento.

Este es un trabajo de Luisa Salomón en el marco del proyecto de Prodavinci y el Pulitzer Center: COVID-19 llega a un país en crisis: Despachos desde Venezuela

 

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