De jovencito siempre soñé con ser periodista. Me apasionaba la escritura, la lectura y simular que estaba en una cabina de radio. Escribía mis propias noticias y las leía en voz alta.

Cuando cursaba 9no. grado, abrieron un Centro de Periodismo en el liceo. No dudé en acercarme. A los meses ya era el editor y me enviaron a representar al estado Mérida en un congreso que se realizó en Ciudad Bolívar.

En ese encuentro realizado cuando comenzaba la década de 1990, compartimos experiencias y se nos dieron herramientas para mejorar la actividad en pro de nuestros compañeros y profesores. En Ciudad Bolívar y frente al Orinoco, juré que me dedicaría a este apasionante oficio.

Y así fue. De Mérida me voy a estudiar Comunicación Social en La Universidad del Zulia. Antes del viaje mi madre me dijo: “póngale ganas, supérese cada día y disfrute ese proceso. El título se obtiene con sacrificio, allá los políticos que compran títulos”. En esos años estaba muy presente en el debate la forma en como Blanca Ibáñez, secretaria privada y amante del presidente Jaime Lusinchi, obtuvo su título de abogado en una universidad privada de Caracas. Se lo dieron sin pisar las aulas de clase.

Procuré practicar la consigna de mi madre. Me adentraba en un proceso reflexivo sobre la responsabilidad de ser periodista. Lo visualizaba como una especie de Robin Hood que velaba por los intereses de las comunidades, siempre informando con honestidad, apegado a la verdad, buscando el equilibrio, imparcialidad y la contrastación de fuentes.

Entendí que este apostolado está lejos de complacer al poder político, económico y/o religioso. Una luna de miel con estos sectores traicionaría nuestra propia condición de ser humano y representaría enlodarnos de estiércol de por vida. Entendí que poner en juego la credibilidad, es un suicidio profesional.

De la Universidad egresé con mis principios bien firmes. Disfruté de profesores que te cambian la vida. Carmen Simona Matute, Yolanda Delgado, Blas Perozo Naveda, Berenice Camacho, Melvin Lozada, Fernando Villalobos, Jesús Urbina, Migdalia Pineda.

Veinte años después los recuerdo y mantengo viva mi admiración. Algunos ya partieron a otro plano, pero sus lecciones se mantienen intactas. Siempre hicieron hincapié en los principios éticos del oficio y en otras de las grandes responsabilidades que implica ser periodista: defender el sistema democrático, es especial, cuando socaban sus bases. A pesar de los defectos, la democracia establece libertades que permiten la pluralidad de ideas, libre acceso a información pública y libertad de expresión. Lo que vaya en otra dirección, sin duda es totalitarismo, y frente a esos gobiernos debemos alzar la voz.

Al llegar a Valencia ingresé como pasante en El Carabobeño. Quienes nos formamos en Maracaibo, soñábamos con ingresar a este prestigioso rotativo. En el edificio de Naguanagua entendí que ser periodista también es asumir retos y salir de la zona de confort.

Me gustaba la fuente política, pero me envían a la redacción de Deportes. Literalmente me tocó investigar sobre béisbol, baloncesto, fútbol, tenis, atletismo. Me adapté. De la mano de Chichi Hurtado y el gran Raúl Albert, hoy ambos en el cielo, fui creciendo. Luego, los consejos de Miguel Ángel Sánchez perfeccioné la mirada deportiva.

Las pasantías culminaron. Los maestros Chichi Hurtado y Raúl Albert recomiendan a Salvador Castillo, jefe de redacción para ese momento, mi contratación. Así fue y lo demás es historia. El Carabobeño fue otra universidad, en la que a diario se aprendía. Ser periodista también representaba apoyar a los compañeros, adaptarse a otras fuentes, hacer llave con el reportero gráfico, ser humilde y consultar cuando se tengan dudas.

En ese sentido, fue crucial el apoyo del maestro Alfredo Fermín, Marbella Jiménez, Basyl Macías, amigos que hoy escriben seguramente en los periódicos celestiales. También, el reconocimiento que siempre recibí de Dhameliz Díaz. Ella me asignaba trabajos de investigación que otrora los realizaban los veteranos. Dhameliz buscaba otra mirada sobre asuntos de relevancia.

Fue de gran apoyo en mi recorrido profesional -y lo sigue siendo- Carolina González, quien hoy lleva sobre sus hombros la tarea de gerenciar los contenidos de El Carabobeño. Ella ha demostrado otros atributos del ser periodista: defender el oficio con gallardía frente a los embates del gobierno.

La plataforma de El Carabobeño me llevó a mi querida Universidad Arturo Michelena. De la mano de su fundador, Giovanni Nani Ruggeri. En la Universidad la responsabilidad era otra, pero igual de importante: formar la nueva generación de periodistas bajo una fórmula que combine lo técnico, lo ético y la elaboración de buenos contenidos.

En la Academia reforzamos la consigna de que ser buen periodista trasciende un soporte. Ser periodista implica entender al otro, ser empático, informar, educar y orientar en un mundo caracterizado por la incertidumbre, la inmediatez y el caos.

Ser periodista también es involucrarse y defender nuestro gremio. Contribuir a que el Colegio Nacional de Periodistas se fortalezca como un monolito y prosiga en la lucha por el respeto a la profesión.

En este sentido, aplaudo los esfuerzos que desde Carabobo emprenden Ruth Lara, Ricardo Graffe, Yelixa Lugo, Francisco Briceño y Juan José Totesautt, preocupados por la actualización, el mejoramiento profesional y las garantías necesarias para cumplir con la tarea de informar. En el pasado este arduo trabajo lo realizaron Zenaida Gamarra, Ángel Perozo y María Torres.
En fin y recordando al gran Kapuscinski, para ser buen periodista hay que ser buena persona. Es necesaria la disciplina, la perseverancia, la sensibilidad, el respeto y defensa de las causas que afectan la vida de las minorías. Ser periodista requiere un esfuerzo intelectual, la actualización y lectura constante, de lo contrario nos arrastrará la corriente de la ortodoxia medieval.




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