La familia, independientemente de las dificultades que pueda experimentar en un momento determinado, siempre va a estar cuando la necesitemos. Dentro del núcleo familiar se viven momentos de solidaridad, perdón, respeto, pertenencia, compromiso y gratitud, que nos marcarán de por vida. Por estas razones considero, que cuando estamos rodeados de la familia debemos aprovechar el momento para dialogar, disfrutar, compartir y aplicar uno de los gestos más sanadores que puedan existir: el abrazo.
En lo particular, considero que el avance de la tecnología ha contribuido a un individualismo exacerbado que nos ha alejado de nuestros afectos. En las mesas familiares reinan los silencios. Pareciera que los teléfonos móviles se fusionaron al cuerpo creando a un nuevo individuo que cada día se comunica menos. Esta es una de las razones por las que, cuando estoy en familia me olvido de los dispositivos e intercambio cara a cara con quienes comparto en ese momento, acción que por cierto, debemos asignar a los más pequeños de la casa, inmersos durante gran parte del día en el mundo de los videojuegos.
Estos reencuentros adquieren mayor riqueza espiritual, cuando nuestros familiares viven en lugares distantes, incluso, fuera del país. Por estos días he acariciado el alma disfrutando de abrazos en familia. Disfruté de mi madre durante unas semanas, visité tíos muy queridos y compartí con primos a quienes no veía desde hace muchísimo tiempo. Entre risas y miradas nostálgicas recordamos el pasado, reafirmamos el compromiso de reuniones más frecuentes, para mantener sólida esa relación consanguínea que sostendremos durante toda la vida.
Más allá de la sangre, el universo nos regala otras familias cuyos lazos se fortalecen con las buenas acciones y el tiempo. Son las amistades que de manera desinteresada llegan, escuchan, apoyan y abrazan. Están siempre, suman, aportan, reconfortan. Con ellos se crea una comunidad de confianza que trasciende. Están cuando y donde deben estar sin excederse en los límites que el sentido común establece en las relaciones familiares, en las que reina el respeto y el entendimiento.
Así que valoremos a nuestra familia, limemos asperezas, comuniquémonos más, disfrutemos al máximo cuando nuestros seres queridos están cerca. Acariciemos el alma con abrazos frecuentes, dejemos pasar lo que en algún momento nos pudo incomodar y contribuyamos con nuestra propia felicidad y la de quienes nos rodean.