El triunfo de Gustavo Petro en las elecciones colombianas refleja el hartazgo hacia una clase política conservadora que se fue alternando el poder y bloqueó en todo momento, las pretensiones de la izquierda de alcanzar posiciones políticas privilegiadas. En esta oportunidad el asunto fue diferente. Un discurso de unidad centrado en la paz, oportunidades y mejoras para los más vulnerables, caló en la población de un país que registra las estadísticas de desigualdad más altas de la región.

No valieron las advertencias sobre la situación de la vecina Venezuela. Cada país tiene su propia realidad y es menester respetar la decisión sagrada que tienen los pueblos de escoger a sus gobernantes. En México, Argentina y Chile también sobresaturaron la campaña del desastre revolucionario chavista, pero la gente ignoró este punto. Pareciera que para el pueblo el asunto ideológico pasa a un segundo plano y lo importante son las competencias gerenciales del gobernante, en especial, que internalice que administrará en un mundo globalizado en el cual, el diálogo y las relaciones con sus pares, a pesar de las diferencias, es sumamente necesario.

En este sentido, a pesar del pasado insurgente del presidente electo de Colombia, Gustavo Petro ha demostrado liderazgo y madera para crecerse en situaciones difíciles. Lo vivió como alcalde de Bogotá entre 2012 y 2015, cargo que le dio notoriedad y lo mostró como presidenciable. Petro vivió la llamada crisis de la recolección de basura, sufrió una suspensión temporal del cargo, pero obtuvo una firme victoria ante la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, convirtiéndose en líder absoluto de la izquierda colombiana.

Durante la campaña evitó las comparaciones con políticos venezolanos. Petro cuestionó el modelo rentista y criticó la gestión de Maduro, en especial lo referente a los derechos humanos. Estrategia de campaña o no, estas posiciones quizá calmaron a electores clase media que en la segunda vuelta prefirieron al economista que a Rodolfo Hernández, afectado por acusaciones de corrupción y misoginia. Petro superó el techo de los 8 millones de votos que alcanzó hace cuatro años y que repitió en la primera vuelta. Mucha más gente se sumó al proyecto y sumó esperanza al dar visibilidad a las mujeres y afrodescendientes, por esa razón, llevó a Francia Márquez como vicepresidenta, en un país bastante clasista, racista y machista.

Así pues, más allá de las diferencias ideológicas que tengamos con Gustavo Petro, confiemos en una buena gestión en beneficio de la querida Colombia. Que se mantenga por el camino democrático. El éxito del nuevo gobierno también será el éxito para los millones de compatriotas que emigraron a buscar una mejor vida en ese país, por lo que anhelamos que se mantengan las políticas en beneficio de nuestros migrantes, que prosigan los esfuerzos por una paz plena y se refuercen los presupuestos en educación. Si, educación. La clave para que a futuro tengamos mejores gobernantes, mejores países y mejores realidades.




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