Es conocida la relevancia de la madre en nuestras sociedades. Pero hablar de la madre en Venezuela tiene otras connotaciones, en especialsi nos referimos a las que cumplen este rol en la actualidad. A ellas les ha tocado reinventarse para mantener la estabilidad emocional de su entorno, en tiempos de severa crisis política, económica y social. Si. Las acciones del gobierno adoptadas en los últimos 20 años provocaron lo que algunos autores denominan “daño antropológico”,situación que también involucró un cambio de paisaje dentro del grupo familiar.

Nuestras madres han visto partir a millones de jóvenes que se van a otros países a buscar una mejor calidad de vida. Se marchan con una maleta, la bendición y el consejo de mamá, pues no tomamos decisiones sin antes consultársele. Ya lo advertía Alejandro Moreno al señalar que somos una sociedad patriarcal, pero la familia nacional es matricentral. Ellas son el centro del orden familiar y muchas veces ocupan el papel del padre en todos los sentidos. Con la madre, en especial los hijos varones, seguimos manteniendo un nexo que sostenemos a lo largo de la vida, por encima de otros roles como el de padre o esposo.

Nuestras madres han llorado esas partidas. También las de los centenares de jóvenes muertos en las protestas de 2014 y 2017. Enterraron a sus hijos, se levantaron y mantienen la fe en la justicia terrenal. También en la divina, pues son creyentes y reafirman su confianza en el Dios creador. Son sabias, saben que tarde o temprano, el verdugo las pagará toditas. Algunas militan y mantienen una cruzada por los derechos humanos, como la señora Rosa Orozco, madre de Geraldine Moreno, joven vilmente asesinada en febrero de 2014, acá cerquita, en Tazajal, municipio Naguanagua, por uniformados de la Guardia Nacional.

Nuestras madres son grandes administradoras. Con poco, hacen mucho. Maestras, enfermeras, abogadas, médicas, periodistas, contadoras, psicólogas,ingenieras, amas de casa y un largo etcétera, ganan sueldos miserables,algunos están lejos de los 10 dólares,pero se las ingenian para sacar a flote el hogar. Con la inflación más grande del planeta y un gobierno que parece no importarle la dignidad humana, han cambiado menús, aprenden oficios que otrora no realizaban, practican el trueque y una que otra milita en su comunidad, a razón de mantener viva la esperanza de un cambio para el país.

Nuestras madres son grandes magas. No solo estiran milagrosamente el dinero, sino también el tiempo. Ahora en pandemia, muchas atienden a sus chamos en casa. Les toca orientar a sus hijos con las tareas, estar al día con grupos de WhatsApp, Google Classroom, Zoom, Meet y otras plataformas. Siempre dan el ejemplo, por eso se mantiene la calma a pesar de las fallas eléctricas, de internet, escasez de gas doméstico y agua.

Nuestras madres lo son todo. Somos lo que nuestras madres hicieron de nosotros. La mía, Ana Hilda, educadora de profesión, me inculcó el amor por los libros, la escritura, la educación como oficio. A pesar del fuerte trabajo siempre hubo tiempo para acompañarme en tareas y mostrar con acciones que un mundo honesto, solidario y sensato, es posible. También el valor de la disciplina, la perseverancia, del esfuerzo propio, del sobreponerse en tiempos difíciles, de soñar en grande, sin importar de dónde venimos. Me mostró principios de liderazgo, ella es una líder y copié su modelo, basado en la horizontalidad y en la sana administración de la diferencia. Quizá por eso rechazo tanto la jerarquía, tan presente en la sociedad venezolana, en especial en sus universidades, públicas y privadas.

Nuestras madres son la más firme expresión del amor. Por esa razón, en algunas oportunidades adoptan a los hijos de otras. A mi me han adoptado en todas partes: mi abuela Cupertina; Gladys Morales mientras estudiaba en la Universidad del Zulia; mí colega BasylMacías durante mis inicios en El Carabobeño; la profesora Silvia Hirsch en Buenos Aires; Inés Rodríguez, en la Universidad Arturo Michelena;mi vecina Marlene Cortez, que nunca me desampara.Lo mismo hace la mía desde dónde se encuentre, quizá por eso recibimos tantas bendiciones. Es válida la consigna que refiereel poema “Los hijos infinitos”, de Andrés Eloy Blanco: Quien tiene un hijo, tiene todos los hijos del mundo.

A todas nuestras madres venezolanas, el más grande de los abrazos. Ayer celebramos su día y las recordamos con admiración y respeto, confiando en prontos reencuentros, abrazos, comelonas y buena charla. ¡Que vivan las madres venezolanas!




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