El almirante Craig Faller, jefe del Southcom. (Cortesía)

El despliegue de fuerzas de Estados Unidos en el Caribe y el Pacífico occidental medio no ha hecho más que comenzar. El Comando Sur estadounidense planea tener una «persistente presencia militar» en la región.

«Tenemos que estar presentes en el campo para competir, y tenemos que competir para ganar», advirtió el almirante Craig Faller, jefe del Southcom, a mediados de marzo en su comparecencia ante la Cámara de Representantes.

Dos semanas después, el presidente Donald Trump anunció un amplio despliegue de medios militares estadounidenses en la región central americana.

Aunque se ha visto como una operación contra el régimen venezolano –precisamente pocos días después de que la Justicia de EE.UU. presentara una macrocausa contra Nicolás Maduro y su camarilla–, la misión tiene un objetivo más amplio, que es la lucha contra «narcoterrorismo», tanto en las rutas caribeñas como del Pacífico centroamericano, y un contexto aún más general: el deseo de Washington de plantar cara a la presencia de China y Rusia en la región, el «patio trasero» de EE.UU.

Tráfico de droga

No cabe duda de que la llegada de barcos militares estadounidenses a puntos no muy alejados de las costas de Venezuela y el aumento del vuelo en la zona de aviones para escuchas, causa amedrentamiento entre el chavismo, e incluso podrían encubrir una actividad de espionaje más intensa, que finalmente llevara a cualquier intento de captura de Maduro, si se presentara la ocasión.

Pero en realidad, el Comando Sur en ningún momento se ha referido a Venezuela como objetivo del despliegue, sino que lo ha presentado como una operación contra el tráfico de droga que parte del norte sudamericano y se dirige a EE.UU., operado por carteles y también por grupos guerrilleros o terroristas.

Ese tráfico de cocaína se da tanto en la vertiente pacífica como caribeña, con importancia variable según los métodos (la primera es más usada para envíos por mar, la segunda para envíos en avioneta) y según la presión de vigilancia –el llamado «efecto globo»– que se ejerza en cada momento sobre cada una (en ocasiones ha imperado la ruta del Caribe.

Hoy sale más droga desde la costa pacífica –una relación de 80/20, como indica la DEA–, sobre todo de la zona limítrofe de Colombia y Ecuador). Por eso, para ser efectivos en la interceptación de la droga, hay que presionar en ambos lados del istmo centroamericano, como está haciendo la operación puesta en marcha por el Comando Sur.

Faller ha lamentado que solo alrededor del 9% de la droga sudamericana con destino a EE.UU. pueda ser normalmente aprehendida. Si en su visita al Capitolio dijo que en 2019 se interceptaron 280 toneladas de cocaína; cabe deducir que cerca de 3.000 toneladas alcanzaron su objetivo.

La amenaza de China y Rusia

Esa intervención de Faller ante el Congreso estadounidense (en enero acudió al Senado y en marzo a la Cámara de Representantes, con el mismo discurso escrito) tuvo dos elementos novedosos respecto a comparecencias de años anteriores.

Por un lado, no se quedó en consideraciones, sino que anunció medidas efectivas: «Habrá un aumento de la presencia militar de Estados Unidos en el hemisferio a finales de este año», dijo, usando un horizonte temporal indeterminado, propio de este tipo de anuncios.

Por otro lado, por primera vez el responsable de la seguridad en el Hemisferio Occidental en la cadena de mando del Pentágono puso a China por delante de Rusia, en la lista de amenazas, en cuanto a presencia en la región.

«Cuando el Departamento de Defensa ha priorizado la región del Indo-Pacífico, Pekín ha girado agresivamente su atención hacia el Hemisferio Occidental», declaró el almirante.

Los discursos del Comando Sur ante el Congreso venían alertando de la actividad de China en un área que es prioritaria estratégicamente para EE.UU. Pero esta vez la alarma fue mayor.

Faller advirtió que en 2019 otros tres países latinoamericanos se habían apuntado a la nueva Ruta de la Seda China (sumando ya 19 naciones) y que un total de 29 gobiernos tenían programas financiados por Pekín (muchos de ellos de contenido militar, para formación de mandos y donación de equipos). Destacó asimismo, que algunos proyectos de infraestructura a cargo de China, como los puertos o terminales marítimos que está construyendo (por ejemplo, en ambas bocas del Canal de Panamá) «tienen valor para futuros usos militares».

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