Con una aguja en la mano y una leve sonrisa en el rostro, Yolimar Blanco da las puntadas necesarias para terminar una de las muchas prendas que ya ha creado para su hija y también para vender. Las ganas de perseverar y generar ingresos para su hogar son el motor de sus actividades de confección de ropa.
Desde el interior de su pequeña vivienda, Blanco ve pasar a sus vecinos, mientras ella destina casi todas las horas de su día a su labor como costurera. La historia de Yolimar Blanco se repite en Villa Samán, un barrio de 36 viviendas improvisadas sobre un terreno invadido hace varios años, en la parroquia Miguel Peña, al sur de Valencia.
Allí aproximadamente 16 mujeres y adolescentes tuvieron la oportunidad de realizar un taller de corte y costura ofrecido por la fundación Dar Más que Recibir, como parte de su programa Escuela Móvil. Desde entonces la vida les cambio. Ahora pueden producir ganancias casi sin salir de sus hogares.
Blanco narró que en su caso desde que aprendió a coser no ha parado. Se siente feliz, orgullosa y agradecida de poder hacer ropa para su niña. Hasta hace poco todas sus creaciones las realizaba a mano, pero tomo la decisión de invertir en una máquina de coser. “En esta vida para todo hay que hacer un sacrificio” eso les dijo a sus hijos cuando empezó a jugar un bolso que ella misma abrió, al cual destinaba 20 dólares y solo dejaba 10 dólares para comprar algo de comida.
Por tres meses la familia de Yolimar Blanco “solo medio comió” para poder costear la herramienta de la cual hoy está muy orgullosa. Sobre la mesa está la antigua máquina Singer, que solo permite una puntada recta, pero que la ha ayudado muchísimo a disminuir el tiempo que debe invertir por prenda.
Entre los retazos de tela esparcidos a su alrededor, contó que una hermana de la iglesia a la que asiste le ha encargado mucha ropa, y así ha vendido mucho, entre pedidos y uno que otro arreglo que le piden hacer. Eso la ha ayudado a comprar las cosas que necesita, tanto para su casa como para continuar cosiendo.
Después de haber tenido varios trabajos como vigilante, Yoli como la conocen sus vecinos, se siente afortunada de haber aprendido habilidades para poder dedicarse a un trabajo que realmente la hace feliz.
Sustento familiar
Con 30 años y cuatro hijos, Erika Centeno recordó como antes de tomar el taller su economía familiar era dura, porque dependía completamente del sueldo de su esposo. Su situación ha mejorado un poco desde que comenzó a coser .“Antes comíamos un arrocito con caraotas a duras penas, pero como ahora ambos ponemos, ya es más, ya entra otro poquito de dinero”.
Para ella ahora existe un equilibrio en su hogar, una forma más de ayudar a su familia. Cuando la fundación ofreció el taller sus hijas no tenían ni siquiera una prenda de ropa íntima. Después de aprender a coser, Erika empezó a hacerlas y ahora se alegra y agradece por tener una nueva habilidad que ha sido beneficiosa.
La creatividad e imaginación fue fundamental para que pudiera comenzar a confeccionar prendas. Combinó los retazos de telas y diseñó distintas ropas. Cosiendo a mano y a veces asistiéndose con la máquina de coser de su vecina Yolimar, Erika ha hecho shorts, conjuntos y encargos que ha vendido con éxito.
Jennifer Albino es otra de las mujeres de la comunidad que encontró en la costura una nueva forma de sustento familiar. Con 29 años y tres hijas, tuvo que retirarse de su anterior trabajo en una fábrica de pantalones porque el salario no le alcanzaba para cubrir todos los gastos.
Después realizó el curso y ahora semanalmente puede producir hasta 15 conjuntos, hechos a mano, los cuales vende a otras comunidades y también entre sus mismos vecinos. Actualmente tiene varios contactos fuera de su barrio, a quienes les ofrece las prendas y a veces le hacen encargos de modelos específicos.
Todo cambio desde que comenzaron a coser. Ya no tiene que salir a la calle diariamente para generar ingresos, como explicó Albino. Ahora desde su hogar genera un ingreso que la ayuda y al mismo tiempo puede cuidar a sus hijas.