No pecó por embriaguez de sangre la revolución francesa, sino por haberse embriagado con palabras sangrientas. Stefan Zweig en su Biografía de José Fouché “El Genio Tenebroso”.

El viejo y sabio refranero español nos recuerda que “quien siembra vientos cosecha tempestades”, lo que se convierte en una verdad irrefutable frente a las actitudes de los personeros de este régimen, quienes desde que tomaron el poder hace casi veinte años, se dedicaron a sembrar odios y, en consecuencia, están recibiendo su cosecha de tempestades, hasta ahora solo verbales, pero preocupante por el peligro que encierran.

Cuando uno relee a Zweig o a cualquier otro historiador de la época del terror francés, durante la revolución que fue un parteaguas de la historia de la humanidad, no nos queda más remedio que hacer comparaciones con los preparativos que parecen estar ocurriendo en los extremos radicales de la política venezolana. En efecto, si uno escucha a los radicales defensores a ultranza del régimen y también oye a la vocinglería radical de la oposición, siente que los tambores de la guerra están comenzando a sonar y eso no puede alegrar sino a los insensatos, a los torpes, a los brutos y a los asesinos. Aunque también se contenten los ingenuos y mentecatos, aquellos que creen pueden morir los demás, pero que jamás ni él ni los suyos podrían serán víctimas de esa violencia. Sí, como si la misma pudiese ser seleccionada y repartida en retazos, convenientemente, por el tarado que piensa de esa manera.

Ahora, en esa hipotética confrontación armada, a la que se llama a gritos desde uno y otro lado, veo una desproporción evidente: los armados son los que están en el gobierno, pues las armas del radicalismo opositor solo parecen estar en las manos de unas tropas invasoras que no terminan de aparecer y eso suena, entonces, como palabrerío inútil e inocuo. Sin embargo, las palabras no dejan de hacer su efecto nocivo, pues inhiben cobardemente a quienes caen en el chantaje de las “palabras sangrientas” que acobardan a los moderados, a los racionales y a quienes creen que la muerte no es la única vía de resolver las diferencias.

Oigamos lo que nos dice Zweig, de lo ocurrido en Francia, en la cultísima patria de Rousseau  Montesquieu, Voltaire, Víctor Hugo, Moliere, Balzac y miles de otros grandes de la refinación y la cultura, durante la sangrienta matanza irracional de la primera gran revolución de la burguesía contra el absolutismo monárquico:

“No pecó por embriaguez de sangre la revolución francesa, sino por haberse embriagado con palabras sangrientas. Para entusiasmar al pueblo y para justificar el propio radicalismo, se cometió la torpeza de crear un lenguaje cruento; se dio en la manía de hablar constantemente de traidores y de patíbulos. Y después, cuando el pueblo, embriagado, borracho, poseído de estas palabras brutales y excitantes, pide efectivamente las «medidas enérgicas» anunciadas como necesarias, entonces falta a los caudillos el valor de resistir: tienen que guillotinar para no desmentir sus frases de constante alusión a la guillotina. Los hechos han de seguir fatalmente a las palabras frenéticas. Así se inicia la desenfrenada carrera, en la que nadie se atreve a quedar atrás en la persecución de la aureola popular.

(…) Por desgracia, no es siempre la Historia, como nos la cuentan, historia del valor humano; es también historia de la cobardía humana. Y la política no es, como se quiere hacer creer a todo trance, guía de la opinión pública, sino inclinación humillante de los caudillos precisamente ante la instancia que ellos mismos han creado e influenciado. Así nacen siempre las guerras: de un juego con palabras peligrosas, de una superexcitación de las pasiones nacionales; y así también los crímenes políticos; ningún vicio y ninguna brutalidad en la tierra han vertido tanta sangre como la cobardía humana”.

Este relato, un tanto largo, es para significar que en cualquier parte del mundo, hasta en las naciones más cultas de la tierra, se llega a los mismos extremos de sangre y crueldad, cuando los contendientes comienzan la competencia vocinglera de un radicalismo extremo, así en su fuero interno solo deseen el poder de manera pacífica, pero al creer que inhiben al contrario solo logran el propósito opuesto, es decir, de exacerbar los ánimos hasta hacer imposible los acuerdos y entendimientos imprescindibles que evitan las matanzas.

No está la cobardía entre nuestros cromosomas, por eso nos oponemos a la estulticia de quienes no frenan la confrontación de palabras sangrientas, creyendo que ganan prosélitos y, en la práctica, lo que les acontece es el descuento acelerado de sus días de permanencia en la tierra, por calculadores, por temerosos, por brutos o por todas esas “cualidades” reunidas.

Hay que denunciar a los cobardes, porque como bien afirma el genio de Zweig: “ningún vicio y ninguna brutalidad en la tierra han vertido tanta sangre como la cobardía humana”. ¿Estaremos a tiempo de frenar la frenética vocinglería sangrienta? Espero que los valientes prevalezcan, para que no triunfe la cobardía que genera muerte, llanto y arrepentimientos tardíos.

aecarrib@gmail.com

@EcarriB    Antonio Ecarri Bolívar




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