Juan era un fumador empedernido. Adquirió el hábito en la adolescencia cuando junto a Isabel y Darío había tomado el primer cigarrillo escuchando el tango “Fumando espero” de Félix Garzo, en la noche de graduación. Desde entonces no ha logrado dejar de fumar por más de tres días consecutivos.

En sus inicios se sentía varonil, interesante, conquistador cuando expulsaba bocanadas de humo que impregnaban el ambiente y la mucosa nasal de todos a su alrededor. Ahora se consideraba un tonto por dejarse tomar por el cigarrillo. Le incomodaban las quejas sobre el permanente hedor de su ropa, los señalamientos constantes de las campañas publicitarias sobre el daño que hace el tabaco, los mensajes antipáticos y fatalistas como: 44 personas dejan de fumar todos los días… al morir de cáncer de pulmón!

Él, prefiere tomárselo con sorna e hizo suya la frase de Mark Twain: “Dejar de fumar es fácil. Yo ya lo he dejado como 100 veces”.  Y este 31 de mayo no sería la excepción. Lo tenía pensado desde hace algún tiempo. Sin comentarlo con nadie, Juan había incluido en los propósitos de año nuevo, como todos los diciembres desde hace más de 10 años, dejar de fumar.

No sabía si esta vez lo lograría, hasta que la noche del 30 de mayo sucedió un acontecimiento con la cartera de su hija que le dio la determinación necesaria para dejarlo de una vez por todas. Esa noche, Juan sintió lo mismo que su madre la noche de su graduación y entre la rabia y la culpa, encendió un cigarrillo y lo apagó bajo sus pies.

Con los ojos nublados y bajo la desesperación, navegó ansioso toda la noche en internet por páginas web relacionadas al tabaco y estrategias para dejar de fumar, hasta se tropezó con la noticia de cesación del hábito por el expresidente de los Estados Unidos Barack Obama, con quien se identificaba por su parecido físico, su gusto por el baile y la entrega a la familia. Entonces recordó aquella frase de Paulo Coelho por la que tantas veces se había burlado de su esposa: “Cuando deseas realmente una cosa, el universo conspira para ayudarte a conseguirlo”.

Aunque aborrecía al escritor brasilero, había disfrutado la lectura de su libro 11 minutos que narra la historia de autodescubrimiento de María que tiene que elegir entre perseguir un sendero de tinieblas -el placer sexual por sí mismo- o arriesgarlo todo para encontrar su propia “luz interior”. Así que decidió creer en la conspiración a su favor, intentar ese autodescubrimiento y elegir perseguir un sendero libre de humo para disfrutar el placer de vivir sin fumar.

Así fue como elaboró un compendio con las recomendaciones encontradas. Primero imprimió tres imágenes impactantes de los efectos del cigarrillo en los pulmones de fumadores e hizo una lista con las situaciones que le gatillaban el deseo de fumar. Prácticamente fumaba en cualquier circunstancia: Para socializar, cuando se sentía solo, eufórico, alegre, triste… en fin, cualquier sismo emocional lo acompañaba con un cigarrillo. Luego se deshizo de todo lo relacionado con el acto de fumar. Encendedores, ceniceros, fósforos y por supuesto todas las cajetillas del abastecimiento que le cubrirían los próximos tres meses a razón de dos diarias.

También elaboró una lista con todos los beneficios de dejar de fumar: orgullo y satisfacción personal, mejorar la capacidad pulmonar, ahorro… y encontró una motivación especial: su hija de tan solo 14 años. No quería ser un mal ejemplo. Quería vivir más tiempo para estar a su lado, servirle de modelo de salud y, sobretodo, evitar el reproche cuando le dijera que no podía fumar.

Cuando amaneció el 31 de mayo, ya Juan estaba decidido. Había decretado ese día como el primer día de su nueva vida de no fumador.

Mientras desayunaba con un café cargado y distraía su atención entre la prensa del día y el cómo se lo diría a su hija, esta apareció con su alegría de siempre y le entregó una cajetilla de cigarrillos diciéndole: «Papi anoche estaban regalando esto en el mall y me acordé de ti, aunque no debería contribuir con tu vicio».

Juan entendió el acontecimiento de la noche anterior y porque había encontrado cigarrillos en la cartera de su hija. Con una carcajada, soltó el periódico y se lanzó a pisotear los cigarrillos hasta que se fundieron en un abrazo y le dijo al oído: «Gracias por acordarte de mí pero ya no fumo».

José Gregorio Ledezma/Médico otorrinolaringólogo/Formación en otología y otoneurología

ledezma.orl@gmail.com




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