El miércoles pasado en la noche me escribió mi cuñado para decirme que lo ayudara a buscar un neuropediatra para una niñita que lo necesitaba con urgencia. Le dije: “te voy a buscar a la mejor: Elizabeth Cañizales”. Pero en mi teléfono no tenía el suyo, pues cuando me robaron el mío, lo perdí.

Me puse entonces a buscarla en los sitios donde ella trabajaba, para ver si su teléfono aparecía. En uno aparecía, pero sin números de contacto. “Voy a tener que esperar a que tenga consulta para llamarla”, pensé. Pero se me ocurrió buscarla en Google ¡y cuál no sería mi sorpresa de encontrar, como primera noticia, el pésame a su familia de la Sociedad Venezolana de Neurología! Elizabeth había fallecido. Esa noticia me noqueó.

Conocí a Elizabeth a través de mi amigo, el inmunólogo Fernán Caballero. Queríamos hacer una prueba de darle esteroides a mi hija Tuti, pues una vez que tenía una tos muy fuerte y Fernán le prescribió prednisona, su condición motriz mejoró notablemente. Él accedió, pero me pidió como condición tener a un neuropediatra al lado.

Yo venía de una experiencia terrible con el último neurólogo que había visto a Tuti. Un individuo sin escrúpulos, que nos dio un diagnóstico terrible –sin base alguna- y que nos costó angustias y tristezas innecesarias. “Habla con Elizabeth”, me dijo Fernán. Y si no te convence, buscamos otro.

Le pedí cita y fui con Tuti. Le conté de mi presunción de que los esteroides la podían ayudar. Ella me escuchó con calma –una de sus principales virtudes- y comenzamos la prueba. Dos semanas después, Tuti volvió a consulta. Había mejorado notablemente. Elizabeth me abrazó, con los ojos llenos de lágrimas. “Tengo que confesarte que cuando me hablaste de darle esteroides, pensé que no iba a resultar… ¡pero esto es increíble!”. Desde ese día nos hicimos amigas.

Ella estudió el caso de Tuti a fondo. Es una de esas “enfermedades huérfanas”, raras, de las que se sabe poco o nada. Cada vez que leía algo, me lo enviaba. Convocó una junta médica para buscar otras opiniones, nos fuimos juntas para Maracaibo para un congreso de neuropediatras, siempre tuvo tiempo para que habláramos y responder todas mis preguntas. Fue el mejor apoyo que tuve en aquellos años tan duros.

Más tarde, me recomendó al neurólogo Roberto Weiser, quien hasta el día de hoy es médico de Tuti. Entre Elizabeth y Roberto lograron mejorar a Tuti todo lo posible dentro de su condición. Hoy ella es una joven activa y feliz, gracias a ellos.

La última vez que la vi fue en la puerta del Centro Médico Docente La Trinidad. Nos abrazamos, felices de reencontrarnos. Yo no estaba en Venezuela cuando ella falleció, pero la he llorado como he debido llorarla en aquel momento. La noticia es la peor que he recibido en mucho tiempo. Luego me enteré que había tenido un cáncer de mama fulminante.

Quedo agradecida de su profesionalismo, su inteligencia puesta al servicio de sus pacientes, su calor humano, su dedicación. Pero, sobre todo, por su amistad.

Venezuela perdió a una de sus médicos más brillantes y a una de las mejores personas que he conocido en mi vida. A su familia, amigos y pacientes, vaya mi abrazo tardío y muy, muy sentido.

@cjaimesb




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