Muchas veces escuchamos decir que es difícil hablar con los adolescentes. La verdad es que, una cosa es hablar, otra hablar con alguien y otra muy distinta conversar.

Conversar es un arte que no todos conocemos, pero que podemos aprender. En primer lugar debemos entender el verdadero poder que tiene la conversación y como ese poder es capaz de llevarnos a pasear por mundos y momentos inimaginables.

La conversación es un encuentro de ideas, donde el balance, la armonía, la sintonía y la empatía deben ser los motores para construir un paisaje de verbos, palabras y oraciones que nos lleven a entregar nuestros pensamientos y emociones de una forma tal que cautive no solo a la persona o personas con las que conversamos sino a nosotros mismos.

Las conversaciones deben  ser inspiradoras, y en ellas mostrar nuestra capacidad de seducir. El mensaje debe ser simple y las ideas y expresiones bien estructuradas, con una información coherente y acertada. Así mostramos interés y respeto no solo con nuestros interlocutores, sino por la conversación misma.

Para iniciar una buena conversación debemos estar preparados, tener no solo buena información, sino disposición y entrega para escuchar con cada uno de nuestros sentidos a nuestro interlocutor.

Aunque nos parezca una contradicción, al escuchar a nuestros hijos, en muchas oportunidades nuestro aporte es mucho más valioso, relevante e inspirador. Debemos conectarnos con ellos emocionalmente, demostrarles que en realidad son nuestro centro de atención.

Dejarlos que se expresen y se pasean por cada una de sus ideas, de sus intenciones y así nos daremos cuenta que casi de la nada surgen de ellos proyectos, iniciativas, una que otra locura llena de una infinita imaginación.

Que lleven la batuta de sus frases, de su cuerpo, de sus gestos, de sus manos, de toda su expresión, porque todo comunica y tomando el conjunto completo, nos permitirán recorrer paso a paso  su vida, su mundo, sus sueños, su convicción.

No sabemos en qué momento se puede iniciar esa conversación. Por eso debemos estar siempre preparados, dispuestos y entrenados para recibir su alocución. Nos dirán cosas que no esperamos y que tal vez no nos gusten, nos sorprenderán con una que otra afirmación, y en ese juego de palabras, en un intercambio de opiniones nos llevaran por un mundo infinito de retos y evolución.

Conversaremos de moda, de futbol, del colegio, de los amigos, de viajes a Marte, y en ese transitar por temas diversos, introduciremos nuestras ideas, nuestros valores, también nuestra razón. Compartiendo cada uno de nuestros espacios y mostrándoles que hay mucho mas sentido en nuestras vidas cuando entre todos nos esforzamos por tener un mundo mucho mejor.

Debemos ser capaces de generar en cualquier momento y espacio una conversación con nuestros hijos que sea efectiva, productiva y amorosa, donde la conexión emocional y afectiva nos permita sintonizarnos y fluir como un río en calma.

Una conversación siempre tiene que ver más con el “ nosotros” que con el “yo”, porque de esta manera estaremos muchos más cerca de nuestras verdades.

La calidad de nuestro liderazgo y educación de los hijos depende en gran medida de la calidad de nuestras conversaciones. Simplemente conversemos.




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