Ana Felicia
Ana Felicia, madre de monseñor William Guerra (Foto: Dayrí Blanco)

Su memoria está intacta. Ella no se equivoca en los números que dice para responder ciertas preguntas. A sus 99 años, Ana Felicia Marrero, madre de monseñor William Guerra, dice sin titubear que tiene 11 hijos, 32 nietos, 47 bisnietos y cuatro tataranietos.

Ella sigue escribiendo su propia historia con ese humor tan característico con el que todos la conocen. Su familia es el reflejo de lo que ella misma construyó a base de principios, respeto y mucha humildad. “Mis nietos son unos fastidiosos, no me dejan tranquila… me toman foto hasta en el baño”, dijo con su peculiar sonrisa.

No hay un día que no recuerde a monseñor Guerra, su hijo asesinado hace 24 años en la urbanización San Esteban de la costa carabobeña. Para ese entonces, era vicario de la diócesis de Puerto Cabello tras ser, por 11 años, rector del seminario de Valencia.

“Por algo Dios me dio ese hijo. Yo no se lo inculque. A mi me gustaba ir a la iglesia, a los ocho años me iba sola al santuario, pero nunca le impuse nada a William”. Con una expresión de alegría y paz en su rostro relató que cuando su hijo tenía cinco años, ellos vivían en La Pastora, en el centro de Valencia, y en un terreno que estaba al lado de la casa ponía una cruz de caña amarga y una sábana, y así jugaba a dar una misa.

“Le echaban broma y le decían el curita. Él solo se reía”. De manera espontánea comenzó a ir a la Catedral. Y ahí conoció a una familia que cubrió todos sus gastos para que estudiara en el seminario. El resto es historia.

El orgullo de criar a sus hijos

Ana Felicia es una mujer feliz. A ella no le pesan sus 99 años y está segura que la única razón de esto es haber criado a su familia.

“¿Quién no es feliz con tanta gente cerca que me quiere y me consiente, bueno, digo yo?”, expresó entre risas de picardía.

Ella nació en San Carlos, estado Cojedes, pero a los dos años ya estaba en Valencia. A los 20 quedó viuda y con el tiempo estuvo con otra pareja que la abandonó estando embarazada de morochos. Y así salió adelante.

“Dios nunca me abandonó, nunca pasamos hambre, no nos acostamos ni una noche sin comer”. En ese momento en el que tuvo a sus dos hijos menores, el mayor que tenía 17 años, dejó los estudios y empezó a trabajar haciendo mandados y hasta limpiando tumbas en el cementerio.

Ana Felicia se encargaba del resto de sus hijos mientras hacía algunos trabajos de costura que le pedían, un oficio que aprendió con su primera suegra que cosía para una camisería.

De La Pastora a La Isabelica

Sus 11 hijos nacieron en esa casa de La Pastora donde su primer esposo le construyó un hogar. “Aún recuerdo esa zona, es lo más hermoso”. Pero hace 48 años tuvo que mudarse sin planificarlo.

La ampliación de la ciudad con la avenida Fernando Figueredo incluía el derrumbe de varias casas, incluyendo la de ella. Le dieron una indemnización de 17 mil bolívares y con eso compró la vivienda en la que aún reside en La Isabelica.

Al estar 100 % entregada al cuidado de sus hijos, ella pasaba sus tardes en La Pastora viendo desde su ventana a alrededor de 20 niños jugando pelotica de goma. También estaba, de unos 14 años, el reconocido narrador deportivo, Nelson Jiménez. “Él se sentaba en un murito al lado de mi ventana y ahí narraba todo, era un vacilón. Yo me reía mucho”.

Para ella, el respeto es el valor más importante que se debe infundir en las actuales generaciones. “Yo no tuve educación, estudié solo hasta tercer grado, y mis hijos todos salieron buenos porque si les decía que debían llegar a las 9:00 p.m., a esa hora ya estaban durmiendo”.

Una rutina de alegría

A las 8:00 a.m. se despierta Ana Felicia todos los días. Se baña y hace su acostumbrada rutina de ejercicios de 30 a 60 minutos en el porche de su casa. Desayuna y se pasea de un lado a otro caminando a su paso, por las molestias que siente en la cadera producto de una caída de hace varios años.

Siempre tiene visita. Entre hijos, nietos, bisnietos, vecinos y tanta gente que la quiere, se pasa el día echando cuentos de su vida y escuchando radio, porque ya no ve la televisión, “no hay nada bueno, ya no pasan las novelas ni los programas de cocina y de hábitos de vida que yo veía”.

Ana Felicia
Tener a su familia cerca la llena de felicidad (Foto: Dayrí Blanco)

Cada tarde vuelve al porche a tomarse un vaso de whisky con uno de sus hijos como parte de su rutina llena de alegría.

En las noches se toma una pastilla para dormir. “Mi nieta que es médico dice que es mejor eso que una medicina para el corazón, porque el que duerme bien, está bien, y yo me siento bien… Solo tengo mis dolores de vieja”.

El 26 de mayo, Ana Felicia cumple 100 años. Ella no sabe cuántas velas más soplará, mientras tanto, vive cada día con alegría y llena de toda la felicidad que cosecha a diario del amor de su familia.




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