Morela Chacón recuerda cómo hace cinco meses podía estar en el porche de su vivienda, abrir las ventanas y respirar aire puro, pero ahora solo es una escena del pasado. Los olores nauseabundos por el desbordamiento de aguas servidas en la urbanización San Blas I de Valencia, la obligaron a vivir con las puertas cerradas.
Cuando tiene que salir, la brisa no es lo primero que le toca la cara, sino «una nube» de zancudos, moscas y mosquitos que han proliferado a causa de los botes de aguas negras que se repiten en los seis sectores de la urbanización.
El escenario es el mismo para las más de 800 familias que hacen vida en el lugar. Los habitantes conviven entre aguas residuales que corren por las aceras, estacionamientos y en el frente de las casas.
Desde hace cinco meses cuando colapsó la red de aguas cloacales, Morela Chacón siente miedo de contraer una enfermedad estomacal u otra afección a causa del foco de contaminación que producen los botes de aguas servidas. No es un temor infundado, muchos de sus vecinos han presentado amibiasis, vómito, diarrea y en algunos casos, dengue. «Esto es insalubre totalmente».
La red de aguas cloacales está tan colapsada que en algunas viviendas el agua residual se devuelve por los inodoros o cualquier albañal.
Pero esta no es la única preocupación de Chacón. El canal perimetral aledaño a la urbanización San Blas I está lleno de maleza y basura, lo que provoca que cada vez que llueve fuerte las calles se inundan y se forma un río de aguas pluviales con aguas residuales. «Las heces llegan a nuestros hogares. Se nos mete el agua hacia los porches y las casas».
Los vecinos perdieron la cuenta de las denuncias que han introducido ante la Hidrológica del Centro (Hidrocentro) y la Alcaldía de Valencia para que atiendan la problemática, pero la respuesta ha sido la misma: el silencio.
Volver a la edad de piedra
Norelis Fernández sale de su vivienda en busca de leña para cocinar, porque no reciben gas doméstico desde hace tres meses.
En el camino, trata de esquivar los botes de aguas negras, salta de una esquina a otra y recorre la zona hasta encontrar unas ramas secas que la ayuden a completar su objetivo.
Antes tenía una cocina eléctrica, pero las constantes fluctuaciones de voltaje y cortes eléctricos no programados le impiden utilizar este artefacto. «Buscamos la leña, aún sabiendo que afecta las vías respiratorias, pero de alguna manera tenemos que comer».
Tampoco cuentan con alumbrado público, servicio de telefonía e Internet de Cantv y el agua por tubería les llega una vez a la semana. Para Fernández es como volver a la época de piedra.