Foto Rafael Freites

Como siempre, Rubén Lunar respira profundo en el home. Pero esta vez no espera con paciencia el lanzamiento correcto. Quería salir rápido de ese turno, de cualquier manera. Es el primer inning y le va mal. Es el tercer out. Dos entradas después tuvo otra oportunidad. Cumplió el ritual nuevamente, inhaló con fuerza, estudió el pitcheo y logró el hit, sin embargo, el resultado fue el mismo, esta vez lo esperaron en primera base. No corrió como debía, como suele hacerlo. Su fuerza no es la habitual.

Su entrenador solo lo observa con atención. No le dice nada, ni se le acerca. Era un juego importante, estaba en riesgo la clasificación al distrital. Rubén, con el 13 en la espalda cubre el jardín central. No hay pelota conectada hacia allá que no atrape. Hasta esa mañana de domingo cuando no pudo atajar una que iba justo en su dirección. Al bajar la mirada sintió un fuerte dolor de cabeza, se secó el sudor de la frente con la camisa y volvió a respirar profundo.

Terminó el inning, el sexto. Caminó al dogout lentamente. Estaba pálido y un poco mareado. Se sentó y el manager tuvo que romper su regla personal de no hablarle a sus jugadores durante el partido a menos que se trate de estrategias.

-¿Te sientes bien?, le preguntó.

La respuesta no hizo falta. La promesa del béisbol de 13 años se desmayó. Era hambre. Rubén no comía nada desde el día anterior al mediodía.

La promesa del béisbol de 13 años se desmayó. Era hambre

Desde los cuatro años el joven ha pasado sus tardes y todos los fines de semana en un campo. Todo por su sueño: jugar con Magallanes y con algún equipo de grandes ligas. Es una meta que desde hace cinco meses se ve lejos como consecuencia del déficit alimentario que padece por la escasez de productos en  lo anaqueles y un poder adquisitivo en su familia que no cubre los precios de rubros importados.

 

MÁS DE 30 KILOS MENOS

A José Miguel Pérez le decían el gordo. Así lo conocían sus amigos en la escuela de beisbol menor Los Pioneros en Los Guayos. Pero eso cambió. Ya no tiene las condiciones físicas para que lo llamen por ese apodo. Ahora está flaco. Desde que inició el año comenzó a perder peso de manera rápida. De 76 kilos pasó a 38. Él se ríe de la situación “al menos pude rebajar”. Pero la verdad es que su alimentación no es la misma.

“Los muchachos no vienen a práctica ni a los juegos porque no tienen cómo alimentarse»

En ese equipo aún no han ocurrido desmayos. Pero el problema está latente. Al entrenador del equipo, Oswaldo Romero, no le da risa ver a sus muchachos en las condiciones actuales. Han perdido fuerza, se cansan más rápido. Deben esforzarse el doble. Además de José Miguel ha tenido que ver perder masa muscular, de manera dramática, a su propio hijo que bajó 20 kilos, y hay otros peloteros con un déficit nutricional mayor que les impide jugar al 100%.

El manager está pendiente de ellos. “El primer síntoma es dolor de cabeza”, cuando eso le pasa a algún joven la primera pregunta que le hace es si comió. “Siempre responden que no”, entonces le corresponde dejarlo sentado ese día. “Es lamentable que esto esté sucediendo. Nunca había pasado”.

Pero el drama no es exclusivo de los jugadores. Romero también ha sido víctima de la crisis alimentaria al pasar de 103 kilos a 68. “A veces he tenido que dejar de venir a entrenar porque no hay comida en la casa”.

 

DESERCIÓN POR HAMBRE

En noviembre de 2015 la plantilla de peloteros de Los Pioneros era de 120 alumnos. Este año el número se redujo a la mitad. La causa es repetitiva en cada uno de los casos: hambre. La deserción ha crecido como nunca. “Los muchachos no vienen a práctica ni a los juegos porque no tienen cómo alimentarse. Algunos hasta deben ir con sus familiares a hacer largas colas para poder conseguir algo”.

Antes, quienes se retiraban de la escuela lo hacían por otras razones. El motivo principal era los costos de uniformes y demás implementos deportivos. Ahora eso pasó al segundo lugar.

De los que aún se mantienen activos dentro de la academia, entre 20 o 30 manifiestan constantemente sentirse mal, débiles. Aseguran que no comen tres veces al día ni meriendan dos como lo hacían antes. Cuando pueden se sientan en la mesa solo dos veces.

 

DÉFICIT CALÓRICO

Oscar Ramos tiene 10 años. A él se le ve a diario en el campo de La Florida. Todas las tardes está ahí, entrenando, pero desde hace tres meses su rendimiento no es el mismo. Se agota al correr. “Siento que las piernas me tiemblan”. Al principio nadie sospechaba lo que pasaba. Su entrenador en varias oportunidades lo mandaba a hacer ejercicios específicos para fortalecer sus extremidades inferiores, pero no tenía los resultados esperados.

Una tarde de juego vio a su mamá y se lo comentó, visiblemente preocupado. Ella solo bajó la mirada. “Me di cuenta de inmediato que ella sabía perfectamente lo que le sucedía al muchacho”. Le preguntó pero no obtuvo respuesta. Ante la duda indagó con el niño hasta dar con la causa de su bajo rendimiento. “Un día se me ocurrió preguntarle qué había almorzado”

Un pan con tomate, fue lo que contestó.

Siguió el interrogatorio: “¿Y qué desayunaste?”

Nada.

Esa semana descubrió que no solo Oscar comía mal, sino que el 80% de sus alumnos pasaba por la misma situación. “No se alimentan de manera balanceada y eso es fatal para un niño en pleno crecimiento, mucho más si realiza deporte”.

Lourdes Altamira, nutrióloga pediatra lo confirmó. Un varón de entre nueve y 13 años tiene unas necesidades calóricas basales de mil 800 kilocalorías (kcal) diarias. Pero para uno que hace una actividad física moderada se le debe sumar 200 kcal y 400 si es intensa. La especialista apuntó que entre 50% y 55% de estas calorías deben ser aportadas en forma de hidratos de carbono, 25-35% en  grasas y 15-20% en proteínas. Ninguno de esos requerimientos se cumplen.

 

TERRITORIO DE DESNUTRICIÓN

A Santiago Pérez le gusta el fútbol. Él no entrena en ninguna academia, sus padres no tienen recursos para pagarla. Pero junto a otros siete vecinos, todos entre 6 y 10 años, se ha hecho dueño de una de las calles de la comunidad La Juventud en Los Guayos. Ahí juegan todas las tardes. Con un par de arcos donados por una habitante del sector y un balón que deben llenar de aire con sus pulmones cada media hora.

Las técnicas deportivas que practican no son las mejores. Todo lo que hacen lo han aprendido por sí mismos, por simple instinto. En medio de la actividad, siempre bajo sol, la mamá de alguno les ofrece agua. Pero no es suficiente para el calor. Así que algunos deciden quitarse las camisas y es en ese momento donde queda en evidencia que ellos tampoco se están alimentando bien. La delgadez es evidente.

Esa zona se ha convertido en un territorio de desnutrición. Yuleidy Márquez lo sabe. Ella tuvo que amamantar a la hija de Katherin Dum por tres días para tratar de ganarle la batalla al grave problema de déficit nutricional que ambas padecen. La niña, que cumple tres meses el 21 de noviembre, fue detectada con la enfermedad hace un par de semanas al ingresar a la Ciudad Hospitalaria Dr. Enrique Tejera  con escabiosis y ser internada por pesar solo dos kilos 400 gramos.

Su madre, mal alimentada, no le proporcionaba los nutrientes necesarios a través de la leche materna. El estado de salud de la niña es delicado. William Contreras, esposo de Katherin, admitió que el problema no es nuevo, se deriva desde la gestación. El embarazo nunca estuvo controlado y la mujer no tomó las vitaminas requeridas en esa etapa.

A una cuadra vive Rosa Medina. Su hijo, Luis tiene 14 años y pesa solo 18 kilos. Él tiene una condición especial y la desnutrición afecta aún más su calidad de vida. “No tenemos qué comer”, expresó sin poder evitar las lágrimas al comentar que ese día no habían desayunado y de almuerzo solo pudieron comer arepa y ensalada. Para la cena no tenían nada.

En esa comunidad todos están el home constantemente, a la espera de un buen lanzamiento de un pitcher vestido de rojo que pueda cambiar la realidad que, más que vivir, padecen. Respirando profundo, como Rubén Lunar.




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