Foto: Armando Díaz

La resistencia volvió a tomar las calles. Sus capuchas de diversos colores, las mascaras de gas y los inusuales gorros se hicieron presentes. Alrededor de 30 jóvenes protestaban con sus indumentarias de batalla, no sólo contra la Asamblea Nacional Constituyente, si no por los caídos en los estados andinos.

El enfrentamiento se desarrolló en la avenida Salvador Feo La Cruz, entre el Centro Comercial Via Veneto y el distribuidor Mañongo. Los manifestantes de El Trigal estaban presentes en el sitio para apoyar a ese sector.

Todo inició a las 3:00 p.m. En la avenida Universidad se escuchaban las explosiones. Era un alerta de lo que ocurriría después. Al inicio del enfrentamiento los insultos iban y venían como dardos envenenados que buscaban netamente provocación. Los jóvenes querían pelea, llevaban mucho tiempo esperando, pero parecían aburridos. Se recostaban de los postes de luz mientras las mujeres con enormes bolsas plásticas les daban comida metidas en envases de mantequilla y de aluminio.

Los deseos de libertad y de tensión se mezclaban con facilidad, puesto que a unos kilómetros de ahí un centenar de personas en su mayoría de la tercera edad le decían «Sí» a la Constituyente, mientras la oposición expresaba su desapruebo al proceso.

La Salvador Feo La Cruz estaba cubierta por piedras, escombros, vidrios rotos y alcantarillas fuera de su lugar. Tenía el semblante de una zona de batalla. La Policía de Carabobo apuntaba con sus armas, pero la apatía era un factor del cual no se deslastraban. Parecía que jugaban al cansancio y era eso lo que hacían.

«Ya tengo el brazo cansado de tanto lanzar piedras» comentaba un joven moreno que no lleva franela puesta y cuyos shorts de playa le llegaban casi a la mitad de sus nalgas. Sus zapatos están rotos y el dedo gordo del pie sale por el agujero. Son las 4:00 p.m y aún no ocurre nada. Faltan 30 minutos exactos para que inicie lo que ellos quieren. La verdadera confrontación.

Una sola bomba lacrimógena fue suficiente para iniciar lo que parecía una guerra campal. Las mujeres intervenían en la batalla. Eran guerreras Amazonas. En sus espaldas cargaban enormes bolsos con más de 11 cohetones y de sus bocas emanaban improperios que dejaban fríos a sus compañeros hombres, mientras los uniformados desde el distribuidor las catalogaban como «mujeres de la mala vida», pero de una forma menos sutil.

Foto: Armando Díaz

Las metras rodaban por el pavimento y no venían de la dirección de la resistencia, provenían de la policía. Esas balas improvisadas eran una mayor provocación, por eso una veintena de cohetes atravesar la avenida hasta llegar a los policías que esquivaban y se movían como podían para esquivar el ataque. Era una avanzada y un chorro de adrenalina que aumentó cuando los cuerpos de seguridad bajaron el puente y se encontraron al mismo nivel, cara a cara.

Todo ocurría entre el centro comercial y el vivero. Era una guerra de piedras de lado y lado. Algunos funcionarios se escondían detrás del mural que Cocchiola mandó a pintar con lo que parece arte cinético, mientras los cauchos ardían y creaban una barrera de humo que dificultaba la visión y le daba oportunidad a los manifestantes de arrojar sus cohetones que a veces explotaban antes y que muy pocas veces llegaban a impactar contra su objetivo. Eran armas improvisadas versus pistolas diseñadas para herir.

Un muchacho cargaba un mortero, un arma casera hecha con lo que parecía un tubo de PVC. Dentro metían varios objetos y una vez encendida la mecha, una fuerte explosión dispararía los objetos. En una de esas oportunidades algo salió mal. La explosión ocurrió pero en la mano del manifestante que voló unos centímetros y cayó en el suelo aturdido. Sus rivales reían mientras el joven cubierto con ropa azul agitaba su mano enguantada, ante el miedo de tener graves heridas. Sin embargo minutos después volvía a disparar el arma.

De manera inesperada, luego de las 6:00 p.m los policías parecieron aburrirse o acataron una orden del jefe de momento, porque las motos se dieron la vuelta, mientras las armas dejaban de ser accionadas. Se retiraban sin motivo aparente. Era extraño, pero posiblemente no tenían suficientes municiones. Los encapuchados manejaban esa versión, para ellos era una victoria que celebraron en la serpenteante avenida junto a la sociedad civil que esperaba detrás de unas barricadas junto a la Mansión del Pan. Los ciudadanos los recibían como héroes mientras ellos aún con sus piedras y palos en manos gritaban «¿¡Quiénes somos?!» y a su vez respondían «¡Resistencia!».




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