Nadie discute la impaciencia, justificada, y la evidente disconformidad de la mayoría de los venezolanos que pujan por salir de esta crisis que no tiene parangón en la historia. Por lo tanto y como consecuencia de esa premura, es natural que haya preferencia por los actos de calle que presionen la salida del gobierno velozmente. Protestas que tengan la potencia como para derrumbar las bases del régimen que, evidentemente, no puede ser cualquier tipo de marcha que al final no garantice nada.

Una multitud camino a Miraflores, por ejemplo, es efectiva para sacar al gobierno de su posición de dominio, de superioridad, que hoy ostenta frente al país, pero que no tiene desde hace meses. Las calles no están hechas solo para que caminen por ellas los peatones; su uso para el reclamo vigoroso debe mantenerse independientemente de que continúen las conversaciones hasta alcanzar la victoria de la democracia contra la brutalidad.

No hay que empalagarse, pues se corre el riesgo de unos cuantos muertos, otros tantos heridos y numerosos detenidos que pudieran atornillar al gobierno y producir una estampida de la oposición; cuestión que nadie puede aseverar rigurosamente, pero de ningún modo negar de antemano.

Tenemos frente a nosotros una turbulencia opinática derivada de una frustración de expectativas. Estamos convencidos que esos vientos cruzados pasan; aún así, hay que seguir la senda del ejercicio de la política; por supuesto que también hay intereses solapados, nacionales y extraterritoriales.

La política supone que las personas permanentemente estén relacionándose: conversan, dialogan y negocian; aplicaría cambiar lo de Klausebitz y decir: “la política es la continuación de  la guerra por otros medios”. Hay debilidades de ambos lados: del gobierno, la estrepitosa caída sufrida en materia de apoyo popular. Por el otro lado, la más notoria debilidad de la alianza de partidos de oposición, que actúan en la práctica como un sistema de superposición de liderazgos. Está claro que en ambos bandos juegan otros elementos muy largos de exponer en este corto espacio.

Se observa que la dispersión de vocería, los ofrecimientos fracasados, las promesas precipitadas de los cabecillas de la MUD

Creo que al gobierno le convendría salir más por una negociación política que por una aplastante derrota electoral. Se observa que la dispersión de vocería, los ofrecimientos fracasados, las promesas precipitadas de los cabecillas de la MUD hacen que sean percibidas como un sistema confuso de superposiciones.

En política, ojo, lo que ayer fue, hoy puede que no sea, y viceversa. Esto se traduce que si ayer el diálogo fracasó no necesariamente significa que hoy fracasaría. No hay manera humana de hacer una transición sin que haya diálogo y negociación, ciertamente, pero debe perseverarse en la presión.

Los hechos que atormentan la vida de los venezolanos comprometen a las fuerzas opositoras. Repetir incansablemente las carencias por todos conocidas con la idea de concienciar a los compatriotas que sufren estos males, que la dirigencia política no es indiferente frente al salvajismo del narcogobierno.

Finalmente, por la Unidad debe agotarse todos los esfuerzos humanos por cohesionarla y mantenerla viva. Hacer hercúleos empeños  para soportarse dentro de un conjunto de 27 partidos políticos que piensan, aspiran y tienen criterios disímiles.

 




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