Una mujer migrante descansa en entrada de su casa en la comunidad 7 de Mayo, en Malagana (Colombia). Foto EFE

Unas 334 personas, entre colombianos y venezolanos, viven desde hace año y medio en la comunidad 7 de Mayo, un asentamiento conformado por viviendas precarias hechas de plástico, maderas viejas y láminas de zinc en la región Caribe del país andino.

Esta comunidad se erigió hace año y medio en un lote del corregimiento (pueblo) de Malagana, a unos 45 kilómetros de la turística Cartagena de Indias.

Los pisos de estas viviendas en las que viven 98 familias son de tierra y polvo si la temporada es de verano o de barro y agua, si ha llovido.

No cuentan con agua potable, ni alcantarillado, mientras que la energía la toman de los postes vecinos y el gas se lo proveen en pipetas.

Estos migrantes no tienen fuentes de empleo formal y mucho menos seguridad social, por lo que se rebuscan la vida vendiendo lo que pueden en los poblados vecinos, en la carretera o desempeñando labores de campo de donde sacan escasamente para el diario.

HOY EN COLOMBIA, ANTES EN VENEZUELA

Casi la totalidad de las familias de esta comunidad constituida por venezolanos y colombianos, algunos de ellos desplazados por la violencia, han pasado sus vidas migrando entre las dos naciones.

Margarita Cimarra, colombiana de 39 años, explica a Efe que cuando tenía 24 años se vio obligada a irse para Venezuela, en parte porque a su esposo de aquella época un día lo buscaron para matarlo, y porque quería tener «un mejor futuro» para los tres hijos que ya tenía.

«En Venezuela me fue muy bien. Allá viví durante 10 años hasta que la situación se complicó y comenzaron a perseguir a los colombianos, ya no había trabajo y las medicinas que necesita uno de mis hijos se acabaron; entonces decidí regresar a Colombia».

Agregó que ahora esperan que «el Gobierno, que nos tiene olvidados, nos solucione el problema de la tierra y nos legalice nuestros lotes».

Ella es una de las cerca de 1,8 millones de personas que se han radicado en Colombia tras abandonar Venezuela por la crisis económica y social.

TODA LA VIDA MIGRANDO
Mileidis Torres, de 33 años, nació en Venezuela, donde vivió hasta los 6 años. En ese momento sus padres la enviaron a vivir a Colombia bajo el cuidado de su abuela.

«Pero cuando cumplí 14 años mi abuelita murió y mi mamá me llevó de nuevo a vivir a Venezuela», expresa.

Torres explica que su madre que era una colombiana había migrado a Venezuela porque en ese entonces ese país ofrecía mejores oportunidades de vida para la gente. «Había trabajo pero se acabó y ahora Colombia nos brinda mejor vida que Venezuela».

«En Venezuela estuve hasta hace 4 años. Me vine para Colombia porque en Valencia (en Venezuela), donde vivía. la inseguridad se volvió insoportable”, asegura.

Dice que regresará a Venezuela en cuanto la situación vuelva a ser como antes, cuando «el Bolívar valía».

Actualmente en la comunidad de 7 de Mayo hay unos 100 niños colombo-venezolanos que están creciendo en medio de la pobreza extrema, sin acceso a salud ni a una educación de calidad y con unos padres que seguramente volverán a migrar cuando las condiciones de vida en su país mejoren.

Dos hombres trabajan hoy, en la comunidad 7 de Mayo, en Malagana (Colombia). Foto EFE



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