Novedad de ciudad chavez.
Fotografía: Rafael Freites

Ciudad Chávez pareciera que tiene nuevos habitantes pero no son permanentes, su estadía en el sitio es producto del infortunio. Son los parientes de los huéspedes que están allí, no por voluntad propia sino porque decidieron manifestar o como en el caso de muchos, estar cerca de una protesta.

Manifestantes de El Tulipán, El Trigal y La Isabelica están en los territorios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), detrás de los muros de Ciudad Chávez a la espera de un veredicto que se debate entre culpable o inocente. De ahí muchos terminan en distintos centros penitenciarios del país.

Bajo una parada de autobuses en donde se aglutinan distintas familias se encuentra Esmeralda Pérez, quien come con actitud ansiosa un puñado de mamones. La misma fruta que sus dos hijos comían mientras veían las manifestaciones en la clínica Elohím en el sector 5 de La Isabelica.

Era la guardia la que reprimía con gases lacrimógenos y perdigones como lo han hecho en muchas oportunidades. No dieron explicaciones de por qué los detuvieron. La respuesta era que estaban en el sitio.

Los jóvenes llevan cinco días en detención y el proceso ha sido deprimente. Su madre se esfuerza por no llorar, pero comenta: «Mis hijos son menores de edad y llevan cinco días en Ciudad Chávez. Los esposaron, y se los llevaron como delincuentes». 

«Son menores de edad ¿en dónde está la Lopna?». Esa pregunta se la hace el padre que está recostado de una pared verde decolorada. Su mano está llena de cáscaras de mamón.

Los dos adolescentes fueron presentados en una audiencia ante un tribunal militar. Situación que abogados y personas con conocimiento en leyes han catalogado como ilegal. Ese momento en el Palacio de Justicia fue la última oportunidad que tuvo la madre para ver a sus hijos. Ella estaba en los más bajo de las escaleras y los vio pasar.

Una guardia se acerca al sitio preguntando por los familiares de un joven de un apellido difícil de pronunciar. Todos miran a la mujer que lleva el cabello recogido y su uniforme verde. La madre de los detenidos expresa en voz baja: «nos han tratado pésimos. Los guardias se burlan de nosotros y nos hacen pasar penurias. No puedo ver a mis muchachos».

Los colectivos y habitantes de aquella zona amenazan con armas a los parientes de los detenidos. «Diariamente después de las 5:00 p.m las cosas se ponen terribles. Nadie hace nada. No les importa», dice Esmeralda Pérez. Los que tenían carros estacionados en la zona sufrieron una agresión mayor. La amenaza de los supuestos colectivos se repite con la frase: «los vamos a quemar, los vamos a quemar, los vamos a quemar».

El pasado domingo la Guardia Nacional Bolivariana fue la que atacó. Dos bombas lacrimógenas cayeron en el caliente suelo para dejar escapar sus gases de color blanco. Un señor que escuchaba la conversación intervino un minuto. «Ellos dijeron que probaban las bombas, pero que no era algo intencional», excusa que el señor llamó una total mentira.

La incertidumbre impera en esos familiares que son vigilados a cada hora por efectivos de la Guardia Nacional y ante colectivos que esperan el momento adecuado para atacar.




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