Foto cortesía

Con su vestuario puesto, Leandro Campos practica sus líneas en voz alta. Está contento. Es la primera vez que sube a un escenario en 10 meses, tras el largo parón que sufrió la cultura en Venezuela por la pandemia.

«Yo dije: ¡No puede ser. Gracias, Dios, que tengo esta oportunidad de nuevo!», cuenta a la AFP Campos, de 24 años, piel morena y corte al ras. Usando un sobretodo negro y traje enterizo amarillento, este actor está listo para llenarse de esa «energía» que «le da vida»: el público.

Momentos después, una treintena de personas con mascarillas entró en la sala central del Teatro Nacional, en Caracas, con tres pisos y casi 800 puestos, y comenzó a ocupar las frías butacas azules, dejando algunas vacías entre medio para distanciarse.

«La experiencia en carne y hueso no se compara», explica «emocionada» a la AFP Esmeralda López, una estudiante de 25 años, que se lanzó «arriesgándose» al Nacional para ver «4 locos de este mundo» por 1 dólar la entrada, lo mismo que el ingreso mínimo mensual en este país.

Es un público en merma por una dura crisis, con siete años de recesión y tres de hiperinflación, que ha bajado a muchos artistas de tarima y clausurado escenarios.

Los teatros y cines estaban cerrados desde que llegó la pandemia a Venezuela en marzo pasado. Y mientras el país flexibilizaba poco a poco su confinamiento, la cultura quedó rezagada.

En Venezuela funciona desde junio un plan bautizado «7+7», que alterna siete días de «cuarentena radical», cuando todos los comercios son obligados a cerrar salvo los de sectores priorizados como alimentos o salud, con siete de «flexibilización» que permiten reactivar las actividades.

Desde entonces, comenzaron a abrir restaurantes, licorerías y peluquerías, y progresivamente, se permitió el acceso a playas y parques, y se reactivaron los hoteles y las operaciones aéreas.

«Había otros sectores habilitados que tú realmente los ponías en una balanza y decías: ¿Si esto está habilitado, por qué no la cultura? (…) ¿Por qué es menos importante?», rememora Campos.

– «Incómodos» –

Terminando enero, el gobierno socialista finalmente dio luz verde a la apertura de espacios culturales.

A Jennifer Morales, directora de la obra, el anuncio le dejó respirar.

«Estábamos como en el fondo del agua y cuando nos dicen eso fue un respiro increíble, pero sabemos que va a ser difícil», dice esta comunicadora social de 38 años.

¿El retardo? «Yo siento que, de repente, había miedo a que nosotros saliéramos y expresáramos cosas», reflexiona.

Desde el teatro del Trasnocho Cultural, en el acomodado sector caraqueño de Las Mercedes, el reconocido director Javier Vidal se considera «incómodo» para el gobierno de Nicolás Maduro, acusado por diferentes oenegés de censura y persecución a la disidencia.

«Somos incómodos, la cultura es incómoda (…). En este régimen nuestro no ha habido una indiferencia sino un verdadero desprecio a lo que es el teatro», señala Vidal, de 67 años, a la AFP.

De traje negro aterciopelado y característicos lentes de pasta, Vidal toma mate para relajarse minutos antes de presentar «Tal para cual», a 5 dólares la entrada.

En el mismo pequeño e iluminado camerino lleno de espejos, se maquilla rápido su esposa Julie Restifo, actriz de larga trayectoria.

«Esto que nos ha pasado, evidentemente, es ‘game changer'» (punto de inflexión), confiesa, tras el «reto» de actuar sin público en piezas grabadas y colgadas en internet como alternativa al parón por la pandemia.

– Circo de calle –

Las mascarillas son obligatorias en teatros y cines. El aforo se redujo a menos de la mitad para guardar distanciamiento.

Lejos de las salas cerradas y acondicionadas, Heysell Leal, bailarina de 28 años, se retuerce sonriente, marcando varias posturas, en un aro que cuelga de un alto techo.

A su alrededor, varios practican sin barbijos acrobacias sobre gastadas colchonetas y otros trepan largas telas negras.

Es parte de un grupo circense que calienta motores en el céntrico Nuevo Circo, otrora conocida plaza de toros de Caracas donde hoy, vacía, crece la maleza y hacen vida unas 20 personas.

Con su colorida carpa guardada por la pandemia, una quincena de jóvenes ensayan una versión callejera del clásico de Shakespeare, «Romeo y Julieta», siguiendo una coreografía de saltos y piruetas.

Se apunta a «una intervención urbana y que la gente se consiga en su espacio cotidiano eso», cuenta su director, Nicky García.

Es una experiencia «totalmente nueva» para Leal, de baja estatura y cabeza rapada, que no puede esperar.

«La gente lo necesita muchísimo, tanto como nosotros (…). Ya no quiero tanta separación», dice

AFP




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