Eduardo Artigaz, tiene 67 años y es zapatero Foto Rosimar Sánchez

Despertarse y tomar un café, leer sin prisas las páginas de un libro, compartir con sus hijos y relajarse en su casa mientras canta salmos todo el día es como a Eduardo Artigaz le hubiese gustado vivir su vejez, pero la realidad es otra.

Tiene 67 años y es zapatero. En noviembre del pasado año decidió dedicarse a este oficio y así obtener algo de dinero que le permitiese comprar comida. Desde entonces, las aceras de la avenida Universidad de Naguanagua se convirtieron en su taller de trabajo.

No importa si el sol es muy fuerte o si hay clima de lluvia, todos los días antes de las 7:00 de la mañana Artigaz sale de su vivienda en el sector La Cidra y camina hasta una acera cercana al Centro Comercial San Andrés. Allí se sienta a esperar que, con suerte, llegue un cliente, saca sus implementos y ¡manos a la obra!

Con su mejor actitud atiende a las personas que le llevan sus zapatos desgastados con la esperanza de alargar su tiempo de vida útil. Un dólar o uno o dos productos alimenticios es lo que pide Eduardo por reparar el calzado. “A veces en un día hago para comprar una harina o dos, pero otras veces pasa la semana completa y no reúno casi nada”.

A pesar de la cuarentena por COVID-19 decretada hace 11 semanas, quedarse en casa no es una opción para Artigas. Tiene dos hijos que están fuera del país, vive solo y no depende de nadie. La pensión de 400 mil bolívares no es suficiente para mantenerse y se ayuda con los pocos bonos que le llegan a través del Carnet de la Patria. “Yo también arreglo guitarras en la casa pero eso no da para nada”.

Eduardo Artigaz Foto Rosimar Sánchez

Enrique Alvarado es otro adulto mayor que sale todos los días a la calle en busca del sustento para su familia. “Pase por aquí, dele un poquito para atrás, ahí está bien” son indicaciones que le da Alvarado a los conductores que se estacionan en el Mercado Municipal de Naguanagua.

Tiene 67 años y es parquero desde hace un año. “No hallaba qué hacer, uno cobra la pensión y no alcanza para nada, así que hay que rebuscarse”.

Enrique Alvarado, parquero en el Mercado Municipal de Naguanagua Foto Rosimar Sánchez

Entre 20 mil y 30 mil bolívares es lo que logra reunir en una jornada diaria de trabajo, monto que solo le alcanza para comprar un pan. Comentó que hace tres meses cuando no habían decretado estado de alarma, reunía aproximadamente 50 mil bolívares. “Ahorita no hay efectivo”.

Granos y arroz, el menú principal

El desespero y la angustia son sentimientos que acompañan el día a día de Juan Pérez, quien tiene un puesto de venta de plantas medicinales en el mercado. Con 60 años de edad, trabaja de lunes a lunes sin descanso para llevar un plato de comida a la mesa a su familia.

Hace meses dejó de comprar carne y pollo porque el dinero que se gana trabajando solo le alcanza para adquirir arroz, pasta, granos y una cantidad mínima de vegetales. “A veces me pongo a pensar aquí sentado: lo que uno gana no alcanza para comer, no alcanza para nada”.

Juan Pérez vende plantas medicinales Foto Rosimar Sánchez

La historia de Jorge Cunningham, de 65 años de edad, es similar. Vive con su hijo y su nieta. No come carne, pollo, mantequilla, frituras, ni leche, no porque no quiera, sino porque no tiene cómo comprar esos alimentos.

Jorge Cunningham, librero Foto Rosimar Sánchez

 Desde hace tres años en una acera frente a la librería La Rosa, en la avenida Universidad de Naguanagua, coloca una serie de libros usados de cualquier género literario que vende a precios más económicos. “Lo que hago diario me alcanza para comprar un pedacito de queso, un pan. Me llega la pensión pero eso se va en media hora”.

Llevar una alimentación balanceada, alta en proteínas, frutas y vegetales es una tarea difícil de cumplir para los adultos mayores. Sus ingresos diarios no son suficientes para cubrir la Canasta Alimentaria Familiar que se ubicó en abril en 45 millones 946 mil 257,93 bolívares según informó el Centro de Documentación y Análisis (Cendas – FVM).

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