Neiver Guédez recorre Naguanagua vendiendo helados de teta Foto Rosimar Sánchez

Édgar Alfonzo es ingeniero, abogado y asesor de varias empresas en la entidad carabobeña, pero desde que inició la cuarentena por COVID-19 hace 10 semanas se vio obligado a guardar su traje y corbata para buscar nuevas formas de generar ingresos para su hogar.

Fue hace cuatro días cuando tomó la decisión de improvisar en el frente de su vivienda, ubicada en la comunidad Nueva Esparta de Naguanagua un puesto de venta de tubérculos y artículos de papelería.

La rutina de Alfonzo cambió. Ya no se levanta todas las mañanas buscando el maletín lleno de documentos legales. Ahora lo primero que hace es ponerse ropa cómoda, guantes tapabocas y prepararse para atender a sus nuevos clientes.

Édgar Alfonzo se rebusca con la venta de tubérculos y artículos de papelería Foto Rosimar Sánchez

Ñame, yuca, cuadernos, lápices y cartulina son los productos que ofrece a todo el que pasa por la zona desde las 8:00 de la mañana hasta la 1:00 de la tarde. “Yo trabajaba como asesor para varias empresas, pero como ninguna es del rubro alimenticio y están paralizadas. Comencé hace cuatro días con esto porque es lo que hemos visto que se puede vender en el mercado”.

Foto Rosimar Sánchez

Katerine y José son un matrimonio joven, residente en Naguanagua. El año pasado decidieron arreglar su camioneta de pasajeros y realizar transporte escolar a 30 niños, todo marchaba bien hasta que decretaron el estado de alarma hace un poco más de dos meses.

Las clases a distancia se tradujeron en estrés y preocupación ya que dejaron de percibir ingresos por el servicio que prestaban. Pero quedarse de brazos cruzados no era una opción, por lo que decidieron fabricar y vender panes dulces y salados en su propio hogar y así conseguir el sustento para la bebé que está a punto de nacer y los dos sobrinos que tienen a cargo.

José y Katerine fabrican y venden panes Foto cortesía

Promociones para aumentar las ventas

La dinámica de trabajo de Emy Sangrona también resultó afectada con la aparición del COVID-19. Es comerciante y viajaba regularmente a Colombia a comprar mercancía, sobre todo calzado, que después revendía. Eso es solo una escena del pasado.

Con cuentas por pagar y una hija que mantener, Sangrona vende empanadas en una casa rural ubicada en la avenida 186 de Naguanagua. Desde que decretaron la cuarentena las ventas han disminuido considerablemente. “Esto está malísimo desde que alertaron de la pandemia. Puedo durar hasta cuatro días sin vender nada, o vender una o dos empanadas en un día. Lo que estoy haciendo es ofrecer una promoción de una empanada más jugo por un dólar”. 

Para completar el pago de la mensualidad del alquiler y el colegio donde estudia su hija también vende donas desde su vivienda. “Dos donas por un dólar, no se le gana mucho pero para algo me alcanza”.

La historia de Neiver Guedéz es similar. Es joven y tiene la responsabilidad de mantener a una hija. En estas 10 semanas de cuarentena ha vendido panes y huevos en su vivienda, pero lo que gana no le alcanza para cubrir los gastos.

Con un cartel guindado en su pecho “sí hay tetas” Neiver camina desde Tarapío en Naguanagua hasta la avenida Bolívar para ofrecer helados a quienes llevan días en fila para surtir combustible en la E/S Guaparo. “Hoy estoy probando, solo me han comprado cuatro. Espero venderlas todas porque mi hija me está esperando”.

El salario mínimo en Venezuela es de 400 mil bolívares más un bono de alimentación por el mismo monto. Son 800 mil bolívares al mes, monto insuficiente para cubrir la Canasta Alimentaria Familiar que según cifras del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros para el mes de marzo se ubicó en 30 millones 222 mil 392,45 bolívares.

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