El régimen venezolano, a través de múltiples voceros, dijo que hay que dejar atrás el asunto de las actas y el fastidio con las incidencias de los últimos meses para ir pensando en las elecciones regionales y parlamentarias del próximo año. La típica huida hacia adelante a la que nos tiene acostumbrados el chavismo; la reacción lógica de quienes pretenden enterrar la trampa del 28J y seguir mandando como si el gobierno les perteneciera por derecho monárquico.
El liderazgo legítimo de la oposición –alacranes y bichos de uña aparte, por supuesto- le largó un rotundo y categórico no a las pretensiones oficiales: primero resolvemos la transición para que Edmundo González asuma el cargo el próximo 10 de enero y después hablamos de elecciones en 2025 y más allá; fin de la discusión. Contundente y acertada respuesta, sin duda, pero igual de contundente es la incertidumbre que se instala cuando uno piensa en cualquier elección futura organizada por el chavismo. El daño que se le ha hecho al sistema electoral y a la posibilidad de elegir limpiamente a los representantes del soberano en alcaldías, gobernaciones, parlamento y presidencia del país (que no de la República, porque esa figura solo existirá cuando haya Estado de derecho) será irreparable mientras no suceda un cambio político de fondo.
Después del 28J se hace muy difícil argumentar que hay que ir a elecciones de todas todas, aunque se sepa que están manipuladas, y que hay que ocupar los espacios y rendijas que se abren y todo ese discurso que ha dominado la escena política de los últimos 15 o 20 años. Después de la violencia y el tupé con que se silenció la voluntad de millones de ciudadanos, posando la bota sobre los resultados y enfrentando las protestas con una represión que no se había visto desde que tenemos memoria, el cambio pacífico y democrático que estaba en las primeras cartas de la Plataforma Unitaria luce cuesta arriba. La salida por las buenas no parece encajar con los planes del régimen.
Ciertamente, la invalidación del sufragio como mecanismo de selección solo favorece a los que mandan hoy, y a más nadie. El chavismo se asegura que va a ganar todas las elecciones futuras, ya sea porque la gente deja de creer en el proceso –lo más probable- y no vota, o porque el “mejor sistema del mundo” es tan vulnerable como firme sea la ambición de poder de los dueños del terreno. La situación no deja de ser preocupante, y desdibuja cualquier visión de futuro en el que la democracia juegue algún papel.
El tema, por supuesto, no se agota con las elecciones ni la política. De mantenerse los planes del régimen para seguir mandando hasta donde el horizonte se esconde, podemos olvidarnos de recuperación económica, de libertades y de paisanos regresando a su tierra a reunirse con la familia. En lugar de eso habrá millones de emigrantes, recesión, inflación galopante y una cúpula cívico militar que manejará el país a su antojo y conveniencia, como lo ha hecho hasta ahora. Las inversiones vendrán de socios externos interesados en la geopolítica más que en la creación de valor, seguiremos procurándole el pan a nuestros aliados cubanos, la industria y el comercio local mantendrán su caída libre y las cárceles estarán a la orden para los que pretendan oponerse a la voluntad suprema del gobierno.
El panorama suena alarmante, pero hay que ponerle realismo al análisis, sin eufemismos ni soluciones mágicas. Con una simple extrapolación, desde los últimos lustros hacia el porvenir, se puede entender que el país en las manos de la revolución bolivariana no va a ser un campo de juegos florales. Acudir a las elecciones presidenciales fue la estrategia correcta, ejecutada con inteligencia y mucha participación. Pero en este round, la fase 3 después de vencer y demostrar la victoria, la gente –políticos, líderes y gente de a pie- se está jugando a Rosalinda. Y esa es una apuesta que hay que ganar.