Crece rapidamente, toma forma de la nada en minutos, es como si una gran serpentina surgiera en instantes de la tierra misma para luego comenzar su lento movimiento hacia la estación de servicio. Es la cola, la que atrapa a todo conductor, chófer e incluso pasajero, que tiene que asumir la indignante posta de vehículos para surtir combustible y continuar rodando por los caminos de esta tierra querida y herida.
Allí se tejen miles de historias, algunas como surgidas del surrealismo. Allí se expresan emociones, se manifiestan conductas y se desarrollan los más variados eventos. Riñas, trampas, robos, manifestaciones de rabia y frustración, pero también, solidaridad, generosidad, gentileza, humor criollo y por supuesto amor, como lo que se cuenta en este breve relato, lleno de certezas y casualidades, en un despertar y soñar, de persistir y pervivir sobre las cenizas de la quema de los campos de la patria, sobre el camino inverosímil de la fe.
Suena el móvil de Gerardo, se apresura a atender porque espera esa llamada. Es César que le avisa que ha llegado la gandola a la bomba de gasolina de Campo Alegre. Deja lo que está haciendo, pone a dormir a su laptop y se marcha presuroso en su viejo aveo, pero sin acelerar mucho porque la luz del tanque tiene días encendiendo.
Cuando llega ya hay cerca de cuarenta carros en la cola. Avanza lentamente, frena y luego apaga el vehículo. Sonríe con cierto alivio al ver que no está tan lejos de la estación. De pronto ve que un corolita de los viejos que viene en sentido contrario da vuelta en U y se incorpora intempestivamente a la cola en el poco espacio que queda entre su aveo y la pickup que va adelante.
— ¿Entonces? ¿Qué le pasa a este?— Baja del auto y camina lentamente hacia el otro vehículo y como nada ve porque que tiene vidrios oscuros golpea tres veces con el nudillo la ventanilla del conductor.
El vidrio baja lentamente y va apareciendo el rostro poco amigable de una bonita joven que desafiante le dice simplemente: — ¿Dime? —.
— ¿Qué pasó Chama? Te coleaste—.
— ¿Cómo así? Tú estabas llegando de allá y yo de allí. Llegamos al mismo tiempo. ¿O pensabas que iba a dar la vuelta en Los Colorados para hacer la cola? —.
Gerardo siente que la joven se burla de él y en su estómago un volcán de indignación comienza a hacer erupción. Respira profundo y entra en cuenta que la cola comienza a avanzar, incluso algunos empujan su vehículo sin encenderlos.
De pronto sucede algo terrible: — ¡Se fue la Luz! —grita el de la Pickup. — ¡Malaya! No puede ser—.
Así en medio del apagón un grupo se forma para hacer lo único que queda en estos momentos de frustración. Hablar mal y con mucha razón del régimen. — ¿Hasta cuándo? La tienen agarrada con Carabobo. En Caracas y en Oriente no hay colas—.
Así pasa el tiempo y nuestro amigo se rinde. Se va al carro y se sienta con el vidrio abajo. No sabe que por un retrovisor unos ojos café lo observan hace rato, desde que vociferaba en contra del vampiro de aquí y del obeso de allá.
Él toma el volante y hunde la cabeza entre los brazos entregándose a la adversidad. Es cuando escucha esa misma voz, esta vez más suave y dulce que antes. — ¿Quieres? —le dice la joven del corolla extendiéndole algo con su mano de dedos largos y uñas arregladitas.
Gerardo la mira y sucumbe. Toma la barra de Cocosette y se la lleva a la boca. El crujir de la galleta entre los dientes inicia el placer del gusto. Ella da media vuelta después de responder cortésmente al agradecimiento del varón y regresa a su automóvil en marcha triunfal, sabiéndose ganadora absoluta, dejando a un embelesado conductor en medio de sus dudas y suspiros.
—Mi pana acabo de conocer una chama hermosa en la cola. Creo que me la levanté —le cuenta a su amigo y sonríe imaginando encuentros y cortejos por venir. Es en ese momento de sublime emoción cuando una estridente corneta le hace volver a la realidad. —Avanza Papá, se te van a meter otra vez—.
El enciende el aveo y mueve la palanca de las velocidades. —Cálmate pana, cálmate. Ya llegó la luz. No te amargues la vida es bella—.
Así avanza la cola. Algunos llegarán, otros se quedarán, cuando se termine la gasolina y comience otra vez el ciclo, la llamada avisando de la gandola, la gente llegando, uno que otro peleando y otros enamorándose. En esta Venezuela bizarra, tan querida pero sufrida, tan hermosa y adolorida, la que debe despertar de sueños hostiles, de oscuridad de vampiros y horror de tiranos, para ver la luz de un nuevo amanecer con gente buena, noble y trabajadora de esta tierra generosa.
LUCIO HERRERA GUBAIRA