La historia enseña a quienes quieran aprender de ella, pero parece que los actuales mandatarios no les importan o no conocen experiencias nefastas, de arrebatos electorales precedentes, que hicieron naufragar a gobiernos que se veían mucho más sólidos que el actual.

Dos ejemplos deberían servir –hay otros, pero no quiero abrumar- a quienes hoy gobiernan Venezuela para que vean, en ese espejo retrovisor de la historia, cómo el monstruo de la arbitrariedad, que produjo aquellos desaguisados, se nos viene acercando a toda velocidad. Nos referimos a dos ejemplos: uno acontecido el siglo XIX y otro ocurrido el siglo XX, que en términos históricos es como decir antier y ayer.

El del siglo XIX, en 1878 para ser exactos, ocurrió cuando el General Francisco Linares Alcántara, después de haber llegado a la silla presidencial gracias a la decisión de su jefe político, Antonio Guzmán Blanco, se le tuerce a éste, aconsejado por quienes no habían podido gobernar con aquel -buena parte de la elitista sociedad caraqueña despreciaba al hijo de Antonio Leocadio, por ser nieto de “la Tiñosa”-  le dio la “patada histórica” a su jefe y pretendió impulsar una reforma constitucional para prorrogarse el mandato. Convocó unas elecciones para una Asamblea Constituyente y como el pueblo se dio cuenta de la añagaza, dejó solas, íngrimas, las Plazas donde se iban a efectuar los comicios y no le quedó otra cosa por hacer, al gobierno, que convocar la Constituyente saltándose todo procedimiento legal, incurriendo en un auténtico golpe de estado. La Providencia fue la que intervino en este caso, pues Linares Alcántara enfermó de repente y murió, dando al traste con todo el entramado anti guzmancista que provocó el regreso de éste, pero esa es otra historia.

Lo importante señalar es que las añagazas electorales, si el pueblo no las secunda, de no ser ignorante o alcahuete, se desploman sus afanes y sus protagonistas. Al pobre  José Gregorio Varela, quien pretendió mantener el legado de Linares Alcántara, lo depusieron en menos de una semana, desde Carabobo, con la Revolución Reivindicadora.

En el siglo XX también hubo una intentona de arrebato electoral, cuando el General Marcos Pérez Jiménez -siempre generales, atravesándosele al pueblo- quiso saltarse a la torera el proceso electoral que debía convocarse para el relevo presidencial y aconsejado por el abogado –cuando no son generales son abogados, unos y otros… sin probidad, son unos azotes- Laureano Vallenilla Planchard, en vez de convocar elecciones libres como lo preveía la Constitución se fue, por peteneras, a invitar al pueblo a un plebiscito donde muy pocos concurrieron y un Consejo Supremo Electoral, igualito al actual, proclamó ganador al dictador. Eso ocurrió el 15 de diciembre de 1957 y el resultado, anunciado, por el Consejo Supremo Electoral, fue el siguiente: a favor de la continuidad del régimen (del Presidente, Congreso, Asambleas Legislativas y Concejos Municipales): 86.7%; y en contra, (la oposición) obtuvo el 13.3%.

Obviamente, ante ese “triunfo” apabullante del régimen, en ese mes de diciembre rodaron botellas del mejor champagne por las escaleras de Miraflores y, apenas cinco semanas después, por esas mismas escaleras corrían despavoridos los capitostes de aquel régimen de oprobio que gobernó por diez largos años (¿dije largo?… estos llevan 19 y les parece poco) y pretendió, al cabo de esos dos quinquenios de tiranía, saltarse a la torera la legalidad electoral democrática, siendo defenestrado por una alianza cívico militar. Es  que sean civiles o militares, generales o abogados, juntos o separados, cuando hay probidad nunca hay azote.

Si después de conocer los precedentes históricos, el gobierno decide continuar con esta farsa electoral, cuyo resultado todo el mundo conoce –aunque haya quien se haga el distraído- le va a acontecer algo inesperado, pero intuyo que nada bueno puede ser. Porque vemos no solo por el retrovisor del carro de la historia, sino por el parabrisas también se otea lo que viene por delante: una comunidad internacional que no va a reconocer ese “triunfo”, por truculentamente descarado; y, todo lo que han pensado hacer Maduro, junto a Raúl y Díaz Canel en Cuba, de darle una vuelta a la manivela de la dialéctica comunista, como hicieron chinos y vietnamitas, se les va a dificultar enormemente y cuidado si no lo pueden hacer. Maduro propone un diálogo post mortem después del 20 y, otra vez, en Dominicana. A estos solo se les puede creer si los avalistas son gringos y cubanos, lo demás es “bullshit” (los cubanos son más gráficos, que los gringos, con el calificativo, digo, pero es lo mismo).

Mientras tanto, al pueblo venezolano solo le sale repetir, en el siglo XXI, lo que supo hacer en los siglos XIX y XX: dejar solas las calles el 20 de mayo, de lo demás se encargará la historia, a ver si se repite como farsa, como tragedia o como futuro luminoso. De nosotros depende.

aecarrib@gmail.com

@EcarriB

 

 

Antonio Ecarri Bolívar




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