Amaneció tarde ese 23 y el café se coló en lo oscuro. Un resplandor inusual al este anunciaba que algo sucedería. En la casa el joven se mueve entre algarabía y sobresaltos.

La abuela prende la vela del altar pequeño en la habitación y el hombre reza y se coloca su gorra tricolor. Sale la pareja acompañaba de los hijos grandes y toma la calle. Fresca aún la mañana el grupo se dirige valle abajo en la ciudad.

A su paso van encontrando a otros jóvenes que saludan alegres y prestos al avance. De las casas de la vecindad van saliendo personas de diferentes edades y condiciones. Con sus franelas de marcha enarbolando banderas y con la esperanza que punza en los pechos henchidos de ilusión.

Días antes comenzó a presentirse el movimiento telúrico de almas y voluntades con los recurrentes temblores de tierra. Ya había quedado atrás la laceración del seguimiento a personajes de sombría opinión que solo anunciaban más calamidad. Avanzan caminando y a la cuadra ya son doscientos. En la improvisada marcha el orgullo renace, el honor se reencuentra y las ganas de liberación calientan la carne. En la ciudad todo confluye a la gran avenida. Allí en la mente del caminante se mueven los pensamientos a velocidades de luces en un centellar permanente. De pronto voces, gritos y consignas, acompañadas de pitos, cornetas y golpes de metal. Se van uniendo otros grupos y ya son varios cientos.

Al cruzar la esquina de la enmontada plaza toman una vía más ancha y allí, frente a sus ojos, se produce una explosión cromática. Tormenta visual intensa de amarillos, azules y rojos. Ahora son miles los que se van reuniendo y forman un cuerpo enorme que avanza en el asfalto. Las consignas aumentan cuando se unen otros que vienen del Norte. Como río crecido de humanidad, un cóctel de emociones y hormonas liberadas hacen saltar pasiones en los espíritus más cautos. Todos hablan, cantan, gritan, se abrazan como en un reencuentro después de una larga ausencia. La calle se ha calentado y va subiendo la temperatura con los sentimientos. Sudoroso el hombre sorbe de la botella plástica de agua y la comparte con su compañera. La boca seca se humedece y la sangre hierve llenando ventrículos, hinchando arterias e inflando corazones.

Al río tricolor se suman granates y vinotintos junto a otros colores expuestos en mil formas y matices. El macho criollo percibe el olor a almizcle y jazmín. Huele a hembra venezolana cuando se entrega y ama con pasión. Afluentes de corriente humana caen de los lados al cauce principal de ciudadanos. Ya la cuenta no se lleva y la marcha de hace lenta como lento se hace al corriente cuando desemboca en el mar.

Y camina el viejo por la avenida que fue calle y antes camino real. Recuerda otros tiempos de esplendor en esa, su ciudad. Luego su visión se va esfumando y regresa a la realidad. Se siente joven y guapo y hasta piropea a la muchacha que avanza a su lado. Y sigue la marcha entre plegarias y cantos, entre sueños y desvelos, sobre las mismas calles donde marcharon tantos, donde una antorcha de libertad se encendió y donde vuelven las ganas a hacerse causa que la enciende de nuevo.

Vuelve la venezolanidad a emerger, esa identidad hundida en el pecho y perdida en las vísceras. Ahora los espíritus se sienten caminando entre la marcha, se tropiezan entre ellos y ríen. Se ve allí a dos hermosas muchachas, se llaman Génesis y Geraldine.

Ya llegando al destino no hay como avanzar. Nunca nada igual. La más grande y gigantesca concentración de hombres y mujeres en la ciudad. De viejos y jóvenes, amas de casas y obreros, de oficinistas y buhoneros, estudiantes y profesionales, artistas y deportistas, de nacidos aquí y en otras partes. Han llegado como ferviente grey de una procesión de fe.

Las voces de los oradores se escuchan y a diferencia de otras convocatorias hoy no hay reproches sino aliento. Las almas rotas se suturan con ansias de liberación y deseos desbocados de emancipación. Los amigos se reencuentran, los amantes ya olvidados se emocionan al mirarse. Pero el deseo de querer es otro. Se ama profundo a la tierra, al gentilicio, a la patria.

Como peces en ribazón inmensa se mueven lentamente. Rompiendo redes de opresión se inicia la rebelión cívica. Un joven valiente levanta su mano y jura en la capital. Gritemos con brío, se escucha al unísono en voces con eco inmortal, muera la opresión que a una nación sometió dos décadas con saña inmoral, compatriotas fieles a sus vocación de ser libres se han movilizado en todo el país, la fuerza es la unión de los hombres y mujeres de buena voluntad de Venezuela. Gloria al Bravo Pueblo que rompe cadenas de oprobio y maldad.

Regresan a sus casas con la frente en alto. El rostro enrojecido por el sol y la emoción, la voluntad compromete esfuerzos próximos y se inicia una nueva era. No estará la nueva marcha exenta de peligros y acechos de infamia y traición. Más el corazón salta y el coraje convoca. Horas trascendentales se viven, la fe crece, las ganas sobran. Ahora nuevamente somos millones aquí y más allá donde el horizonte se abre para encontrar amores perdidos y renovadas causas de justicia y libertad.

 




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