Se despertó temprano y no tenía señal. Julio quiere estar enterado y comunicado pero la realidad que impone del Black Out es otra. La vaina se ha puesto seria y el internet no funciona. Mientras se cierran fronteras por el virus con corona la información llega a cuentagotas.

Ya no es el tema del Aba, se trata de una nueva caída del sistema, así lo dicen los pocos que responden a las quejas de los usuarios de la operadora. Y pasa una vez más, el país incomunicado por que no se invierte sino se revierte otra vez el derecho a comunicarse y a disponer de internet, hoy ya derecho fundamental. La gente está indignada y el chat se calienta con insultos y reproches al régimen responsable de la desgracia.

En la plaza del centro un joker disfrazado de murciélago se ríe de la gente frente a la iglesia. En la casa de la otra cuadra, una de las pocas viviendas que no han sucumbido a la diáspora urbana, una muchacha se asoma a buscar señal en la ventana. Su mamá le dice que se meta para adentro porque el indigente que duerme en el banco se está alborotando. Ese ser, que fuera galán de los ochenta, llamado igual que conquistador nórdico, no es más que aquel chico que en un momento pensó que había que ser diferente y comenzó a fumar hierba para después, fastidiado de la misma nota, se aventuró al mundo de las drogas duras. Y así se quedó mientras las pavas de la cuadra de fueron a estudiar o se casaron. Nunca volvieron a la Catedral ni se les vio por la Pastora.

Esa noche Julio estaba fastidiado. Lo habían convocado a una marcha en Caracas y no pudo ir. Su novia si fue con el gallo del primo. Mosca amigo, entiende bien, gallo no es lo mismo ahora, antes en la época de tu papá llamaban así a un tipo de esos que se resteaban en las peleas a trompadas. Ahora no, porque a alguien se le ocurrió inventar que gallo es sinónimo de bobo, cosas que no se entienden pero que son así.

Por ahora el centro queda en calma, tranquilo porque ya la gente no vive allí y quienes aún lo hacen no salen de noche. Es la imagen de una ciudad apagada por los años y por los daños, si esos que ha causado una revolución que empujó a millares, muchos más a millones, a emigrar. Habrá que repoblar, no solo de gente sino de historias.

En esos espacios cotidianos del ayer se encontrarán de nuevo la prosa y el verso para dejar de disputarse la preferencia del poeta, en esas mismas esquinas donde vivieron patriotas y realistas, amantes realizados y pretendientes rechazados, también músicos y pintores que dedicaron sus obras a la heroína del río que llevaba agua a los hombres que defendían la ciudad sitiada por el tirano asturiano.

Calles y manzanas de un cuadrante dibujado en los siglos, allí mismo muy cerca de la casona donde la misma historia parió a Venezuela en un septiembre hace casi doscientos años, entre proclamas y arengas, entre sueños y desvelos de quienes quisieron y hicieron la libertad, hoy mancillada por la insolente planta antillana que el verde oliva permitió entrar para que profanara la patria que un día juró defender.

Julio mira la luna llena, la de esta noche de marzo se ve clarita en el cielo valenciano. Sabe que es cuestión de tiempo, más no mucho, cuando le tocará lavar la cara a su gentilicio. El lo sabe, respira y suspira, más allá del silencio y más lejos de los luceros que la claridad lunar le deja ver.

Pasarán nuevas noches, amanecerá de nuevo e intacta estará la causa que inspira a una generación que no se rinde y empuja los cambios sobre los recuerdos de héroes muertos y glorias olvidadas.

Lucio Herrera Gubaira.




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