En Venezuela hay devastación. Ya habíamos visto señales que permitían avizorar la tragedia. Pero las alarmas no fueron escuchadas por quienes tenían responsabilidad de proteger a la población. Ellos, los del régimen, se quedaron atascados en el regodeo de la farsa de la manipulación electorera, del engaño populista reducido a la repartición de dádivas para la sumisión, de la promoción de la conveniente pobreza material y cultural.

Nosotros, quienes adversamos esta tragedia, que somos la gran mayoría de los venezolanos, entramos en un estado colectivo de disonante paralización, de grito inmóvil, de alarido esporádico, de ira espasmódica del que baja la mirada al piso mientras lanza maledicencias pero con resignación.

Pareciera que el año nos encontró transitando el tiempo en el reproche. En la imputación a discreción. En la lectura de cargos al semejante, a la dirigencia, a la militancia, al candidato que no gustó, al vecino que no votó.

Mientras, el régimen malquerido apertrechado en su poder de facto se frota las manos ante la desmovilización, y lo más grave, ante la paralización que produce la desmoralización que es el estado más peligroso. Es una enfermedad que si no la tratamos a tiempo consume la esperanza, mata los sueños, ciega la razón.

Aquí lo que corresponde es sacudirse el polvo y avanzar. Caminar decididamente a la colina. Advertir que viene la segunda ola del tsunami que nos ha azotado y ayudar a subir a otros. Esa ola pasará. Hacer como los habitantes del litoral asiático que se levantaron sobre la devastación y hoy están preparados. Tienen sistemas de alarmas que anunciarán cualquier alteración telúrica oceánica. No permitirán que ninguna ola los vuelva a sorprender.

Debemos actuar. Unirnos nuevamente en la adversidad. Identificar lo constructivo, rechazar lo engañoso. Superar la tragedia roja e iniciar la reconstrucción de un país que tiene un potencial inmenso. Pero para ello debemos insistir más que resistir. La resistencia implica aguantar pasivamente. A nosotros nos toca ser persistentes. Dejar de ser oposición para convertirnos en propuesta transformadora, verso seductor de amor al semejante para el cambio por el bien.

Siempre en los corazones fértiles habrá más aliento que reproche, más terreno para el retoño de la esperanza, para el riego de la ilusión, el abono de los sueños y la cosecha de una nueva realidad. Cada quien es necesario, en su ambiente, en su entorno social, en su área comunitaria, en su propia realidad. Todo comienza con recuperar la actitud de conquista, el hambre de victoria, la sed de ganar.

Nuestra capacidad es inmensa. Del sufrimiento saldremos fuertes. Una nueva casta de venezolanos se está formando. Dejemos el reproche paralizante y volvamos a la acción para la transformación.




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