Desde que los berlineses tumbaron estrepitosamente su oprobioso muro y el “todopoderoso” imperio soviético se vino abajo como un castillo de naipes, sin disparar un solo tiro en ninguno de los dos eventos, no hubo nadie en su sano juicio que apostara algo a favor del futuro del comunismo en el mundo. Eso lo sabían, incluso, aquellos regímenes que aún no habían implosionado -como el de Cuba por ejemplo- pero comenzaron a hacer arreglos de mampostería, en sus destartaladas casas, para ver cómo podían pasar la página sin mayores sobresaltos y, sobre todo, conservando sus revolucionarias testas en el sitio de costumbre.

A los cubanos se les puede acusar de todo menos de lerdos, solo el hecho de haber logrado sobrevivir, ese régimen tiránico, a trece presidentes norteamericanos ya es un logro nada despreciable. Actitud lerda que sí debemos atribuirle a sus oponentes del norte, quienes por la razón que fuere no han podido evitar, no solo que se mantenga el castrismo  en el poder sino que exporte su fracasado sistema a otros países del área impunemente.

Esta última afirmación es la que nos lleva a tener que analizar un hecho singular sin precedentes en la historia venezolana: que una nación tan insignificante, desde el punto de vista económico, como Cuba pudiera lograr la hazaña de influir de manera determinante en la política venezolana, hecho que no lo había logrado ni siquiera la nación del norte, con toda su fuerza económica y militar, por la dignidad con que se comportaron todos nuestros gobernantes en el pasado, fuesen demócratas o dictadores. No olvidemos la proclama de Castro contra “la planta insolente del extranjero” o la conducta de Lusinchi frente a la incursión del Caldas en nuestro mar territorial. Dignidad había, esa es otra historia.

A lo que quiero referirme es a la nueva geopolítica o realpolitik que estamos viendo desarrollarse frente a nuestros ojos y los gobernantes venezolanos no lo ven o se hacen los distraídos. En efecto, la tozudez de mantener un clima de crispación política y social en Venezuela, cuando ha llegado al poder en USA un gobierno como el de Trump que está presionando con dureza al régimen de Cuba, es una estupidez que no deben agradecer quienes gobiernan la isla.

La cúpula del gobierno de Cuba  creía,  durante su deshielo con Obama, que solo cambiando el rostro económico, a la usanza china, iba a mantenerse en el poder sin convocar elecciones ni ceder ante el reclamo de violación sistemática a los derechos humanos. Ah, pero llegó Trump y mandó a parar. No es suficiente, tovariches, con impulsar el cambio económico en Mariel, sino es necesario convocar a elecciones en la isla, libres y supervisadas por los organismo internacionales.

Y en Venezuela será menester suspender el proceso constituyente, liberar los presos políticos, abrir el canal humanitario y respetar la institucionalidad democrática convocando elecciones vencidas. Todo un paquete, para ambos aliados en el continente, a ver si se dan cuenta, al fin, que este sistema defenestrado en la Europa del Este, en la URSS y en todo el planeta no puede tener excepciones, ni aún mantenidas con petróleo, cuyos precios se han derrumbado estrepitosamente.

Son muchos los intereses en juego, pues las inversiones norteamericanas en la isla llegaron para quedarse, a menos que los cubanos mantengan actitudes irracionales en su país y en relación a Venezuela. Un solo dato nos puede dar una idea de la importancia de esas relaciones bilaterales entre USA y Cuba: para el 2016 los ingresos brutos de las 47 empresas estadounidenses con acuerdos o vínculos con Cuba superaron los 974 mil millones de dólares, y permitieron emplear a dos millones de personas, según estimaciones del Consejo Económico y Comercial Cuba-USA. Esas cifras son importantes para las empresas norteamericanas favorecidas, no tanto para el Estado norteamericano, aunque son de vida o muerte para la maltrecha economía de la isla.

Chávez y ahora Maduro han pregonado la existencia de una sola nación llamada Cubazuela, pues bien lo único que esa entente ha logrado, hasta ahora, es que al menos veinte naciones del hemisferio, las más importantes y toda la comunidad europea, les den el mismo tratamiento y la misma medicina: retornar a la senda democrática o sentir el repudio mundial a un régimen inviable que no hay manera de resucitar.

Así camaradas que la nueva consigna de guerra para Cuba y Venezuela es la misma: Democracia o muerte… de su sistema, no tienen alternativa.

 

 




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