La educación representa uno de los actos más importantes. Quien educa con honestidad, responsabilidad y amor está consciente del rol social que desempeña y del impacto de su obra dentro del aula.

Los docentes, independientemente del nivel en el que ejerzan, no solo transmiten conocimiento básico y códigos sociales, sino que tienen la tarea de formar seres humanos autónomos, capaces de pensar reflexivamente y de esa manera, tomar las decisiones más acertadas, en lo individual y en lo colectivo. En este sentido, los maestros y profesores se convierten en los profesionales de mayor relevancia.

La tarea del educador es bien remunerada en países en donde se respeta y valora esta figura. Se tiene la consigna de que un educador libera ataduras y conduce a niños y jóvenes por el camino de la sabiduría, el escepticismo y la criticidad. Ya lo había advertido Immanuel Kant hace algunos años: “tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”.

Es decir, el hombre alcanza la plenitud a través de la educación y un pueblo pleno, virtuoso, sabio y feliz, siempre escogerá a los mejores gobernantes.

Estas reflexiones me hacen pensar en los educadores venezolanos y la realidad que padecen día a día. Desde la llegada del fraude que representó la revolución chavista, comenzó un deterioro económico y social a escala nacional sin precedentes.

A los maestros se les fue desmejorando en todos los sentidos hasta llegar a un nivel de precariedad, en donde lo que perciben mensualmente no les alcanza para comer. Un maestro promedio percibe mensualmente unos 30 dólares aproximadamente, en un país en el cual, la canasta básica supera los 500 dólares.

A esta penosa realidad le sumamos las deficiencias en infraestructura y los atropellos del que muchas veces son víctimas los educadores por no acudir a marchas en apoyo al régimen madurista.

La penosa realidad no se puede ocultar y ha provocado fuga de maestros bien formados al exterior. Lo que perciben resulta un chiste y demuestra el odio que este gobierno siente hacia los educadores y hacia un pueblo bien formado. La revolución es consciente de que un pueblo educado no permitiría los golpes que a diario recibe la población venezolana, la corrupción galopante y todo tipo de sinvergüenzuras a las que nos tienen acostumbrados quienes están en el poder.

Una mayoría crítica y reflexiva, desde hace tiempo hubiese sacado del poder a Maduro, a sabiendas del costo humano, tomando en consideración el brazo militar que no cuida los intereses de la nación, sino los del grupo que tomó a Venezuela y la gerencia como su finca personal.

En este contexto tan deprimente para los educadores, la ministra de educación del madurismo llama al regreso a clases, anunciando que no hay aumentos de salario. También se refiere a un seguimiento utilizando códigos QR.

Esta funcionaria una vez más intimida y se burla de maestros y profesores cual bufona de corte. Precisamente esa es su función en un país donde nada sorprende y se vive en una carpa de circo.

Algunos espectadores supervivientes resisten la patética función y siguen apostando al cambio, no pierden la esperanza. Otros huyen a como de lugar. Otros, conformándose con migajas, aplauden como focas las decisiones de los bufones. Otro grupo, negocia, se enchufa, saquea y se enriquece. Esta es parte de la obra revolucionaria, esa que pasará a los libros de historia como el peor enemigo del sistema educativo venezolano.




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