Hijo de Alemán, naciste el 1° de septiembre de 1933. El próximo septiembre cumplirías 85 años… y en la etapa de la “tercera edad”.

Te conocí el año de 1950 y, desde el primer día pasé a formar parte del gran salón de clases en el que diariamente, sin parar, fuiste compañero y maestro de la vida de tus alumnos carabobeños. Aula que se ubicaba en el espacio donde, para el momento de tu presencia, estaban tus miles de alumnos. Llegabas, y más que para leerte, estabas allí para conversar y aprender del más valioso y menos costoso libro de enseñanza: El Carabobeño.

Durante los 83 años de tu existencia fuiste maestro para los maestros, para las amas de casa, para los profesionales, los estudiantes, los empleados, los obreros, los campesinos y los que pagan condena en las cárceles. Todos, también desde el primer momento, formamos el coro de tu amistad y siempre te llamamos “El Carabobeño”. Las páginas de tus libros están hechas con las hojas de “la palma Carabobo”, herencia de los próceres: de allí tu consecuente firmeza en la lucha por la libertad.

En un lejano ayer, eras como el gato, muy de mañana te lanzaban por el zaguán de las casas y siempre caías parado, o con la versatilidad de poder entrar por los barrotes o rendijas de las ventanas; también eras como un perro guardián que, con paciencia en el quiosco, diariamente estabas a la espera de tus alumnos. Cuántas veces serviste como paraguas para protegernos de la lluvia o como sombrilla para mitigar la inclemencia del sol de Carabobo.

Diariamente te encontramos dictando clases en una plaza o en un parque, con los alumnos sentados en un banco o en la grama, luchando contra el viento para mantener firmes las páginas de tu libro. También te encontramos en las manos de otros amigos sentados en el autobús o en el vagón del Metro, tratando de esquivar la curiosa mirada de quienes iban de pie, muchos de ellos en busca desesperada del aviso con solicitud de personal o para enterarse de los “presuntos” atracos, heridos y muertos y las fotos de los accidentes viales y sus consecuencias, sin descartar  las páginas deportivas y sociales.

Te veíamos en los consultorios médicos pasando mano a mano y de persona a persona, quienes más que pacientes, eran dolientes por la enfermedad o del bolsillo para pagar la consulta. Muchas veces te vimos entre los estudiantes como “chuleta de examen”.

Con mucha premura, pero con orden, te colocaban muy temprano en la mesa de la sala en las casas para que, con prioridad, fueras leído por el dueño  y también con prioridad leer los obituarios; de manos a manos ya en la tarde llegabas al cuarto de la señora de servicio, una de tus mejores alumnas en lo educativo y uso material.

Como ejemplo del ejercicio del periodismo dentro del camino de la Democracia, durante varios años recibiste el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Monseñor Pellín otorgado por la Conferencia Episcopal de Venezuela y el Premio Excelencia Periodística por la Sociedad Interamericana de Prensa.

Clases muy especiales a domicilio dictabas todos los domingos a los niños, y muchos adultos, con el Suplemento Infantil. Temas variados para todos con la Revista Paréntesis y las enseñanzas en las páginas de Lectura Dominical; los miércoles y referido a la salud el Suplemento Médico y el tercer lunes de cada mes el Suplemento Industrial.

 

(Foto archivo)

Hoy, cuando recordamos tu amarga despedida, aquel 17 de marzo de 2016, solo nos queda repetir unas palabras que, con un querer lastimero, te las hubiera dicho quien fuera gran defensor de la libertad de expresión, el Diputado del Siglo XX: Andrés Eloy Blanco:

Te marchas pero “Nos dejarás el corazón como capilla sin santo”. 

Desde que naciste muchas veces has denunciado “a los hijos viles que se eternizan adentro y a los hijos grandes que se mueren afuera”.    

Te rogamos… “Quédate un poco más, márchate un poco menos…   Vete yendo de modo que nos parezcas viniendo… Vete marchando de espaldas para creer que regresas”. 
       “La Reina rompió el espejo y no le valió de nada;  en vez del espejo grande mil espejitos quedaban. En vez del espejo grande que hablaba con una boca,  quedaron mil vocecitas gritando la misma cosa”
      “Hermano, la cruz es la gracia de Dios en el alma del fuerte”. 
      “No hay que llorar la muerte de un viajero, hay llorar la muerte de un camino. 
      “Desde este calabozo donde los hombres se mueren, saludo al Hombre virgen que parirá cuando convenga”.  
      “La justicia en nosotros es muy sencilla, Udón: la Justicia es que “el otro nunca tiene la razón”.

Amigo “El CARABOBEÑO”, compañero y maestro mañanero de la vida, repite y grita;

Estoy de pie en los campos, esperando a mis hijos para darles el santo y  seña de mi vuelta (A.E.B) 

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