Alicia Espinoza está sentada en una calle de la urbanización Terrazas de Paramacay en Naguanagua, sus compañeros son envases plásticos y un cartel hecho a mano que reza «productos de limpieza».

Revisa su agenda y el reloj constantemente. Son casi las 12 del mediodía y debe desmontar el puesto rápido porque en media hora tiene un compromiso universitario.

Alicia es profesora de la Universidad de Carabobo, titular a dedicación exclusiva, consejera de facultad y jefe de cátedra del departamento de informática básicapero debido a los bajos sueldos tuvo que rebuscarse para sobrevivir.

Sus días transcurren entre libros, clases virtuales y cloros jabonosos. Confiesa que el camino del emprendimiento no ha sido fácil pero tomó la decisión de iniciar el proyecto de venta de productos de limpieza para conseguir ingresos extras que le permitieran vivir con dignidad porque su sueldo como docente universitaria es de un millón y medio de bolívares, monto que le alcanza para comprar solo un kilo de queso, un cartón de huevos y un paquete de harina de maíz.

«Debido a la pandemia me obligué hace un mes a salir a la calle. No ha sido fácil, yo siempre he estado dedicada a mi carrera como profesionalque es lo que me gusta», expresó.

Sin embargo, cada vez que la añoranza intenta tocarle la puerta, Alicia no se amilana, más bien se llena de orgullo. Para ella, lo más importante es darle el ejemplo a sus alumnos que con trabajo duro pueden salir adelante.

(Foto Rosimar Sánchez)

Detergente, cloro jabonoso, cloro, lavaplato y desinfectantes, son algunos de los productos que vende en la acera antes del arco de Terrazas de Paramacay.

La creatividad surge en la crisis

Hace unos años Jesús Agustín Clisanchez no se imaginó que su carrera como administrador comercial y empresario se iba a acabar tan rápido. La expropiación de su empresa y hostigamiento del gobierno nacional lo obligaron a salir del país por un tiempo.

Cuando regresó a Venezuela se dio cuenta que el sueldo que perciben los trabajadores no es suficiente para cubrir los gastos, por lo que no tuvo otro camino que no fuese la reinvención.

Clisanchez junto a su esposa decidieron abrir una tienda de garage en la avenida Valencia de Naguanagua.

Prendas de ropa, calzado y otros artículos están dispuestos en el kiosko. «Algunos son artículos propios, otros son de clientes que los dejan a consignación. Esto nos ha ayudado, no nos podemos dar muchos lujos pero nos alcanza para el diario».

(Foto Rosimar Sánchez)

Unos metros más adelante Jorge García, de 74 años de edad, gritaba «masas para pastelitos». Hace más de dos meses se gana la vida con la venta de la masa para hacer pastelitos.

Con un cartel en el cuello, Jorge permanece todos los días desde las 8:30 de la mañana hasta la 1:00 de la tarde en ese punto de la avenida.

(Foto Rosimar Sánchez)

Anteriormente se dedicaba a la venta de ropa para caballeros pero debido a la crisis económica en el país la tienda cerró. «La situación es compleja y difícil pero uno está luchando para salir adelante».

Según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas – FVM), la Canasta alimentaria familia abril de 2020 se ubicó en 45 millones 946 mil 257,93 bolívares, mientras el sueldo mínimo es de 400 mil bolívares más un bono de alimentación por el mismo monto.

Pensar en grande

Lo que comenzó como una pequeña idea, ahora es un proyecto en expansión.
Hace un par de años un cliente le pidió a Benjamín Escobar, quien tiene una agencia de festejos, que colocara un puesto de raspados para una fiesta infantil.

En principio, Benjamín cumplió con el pedido para ese día pero luego se dio cuenta que podía emprender con la venta de raspados.

Inició con un carrito de raspados que atendía él mismo, a medida que se incrementaron las ventas el negocio fue creciendo y logró poner operativo tres carros más dispuestos en puntos estratégicos del municipio.

(Foto Rosimar Sánchez)

Debido a la cuarentena por COVID-19, actualmente solo está operativo un carrito de raspados que atiende Benjamín en la avenida Valencia de Naguanagua.

Pero su meta es clara: expandir el negocio. «Yo quiero darle empleo a más personas, ayudar a otros a generar más ingresos y que el negocio crezca».

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