Este 22 de agosto se conmemora el día Internacional de las víctimas de actos de violencia basados en la religión o las creencias, en medio de un contexto bastante complicado en Latinoamérica, en especial, por la arremetida de Daniel Ortega contra la iglesia católica en Nicaragua, incluyendo detenciones de altos prelados, sacerdotes y feligreses. Los hechos evidencian que los tiranos no aceptan críticas de ningún sector y que Dios, también resulta un enemigo peligroso cuando existen pretensiones claras de perpetuarse en el poder y aplastar a la disidencia.

La tiranía nicaragüense no perdona los llamados de atención hechos por la iglesia debido a la violación de los derechos humanos y la persecución a líderes opositores, hoy día encarcelados. Además, ordenó el cierre de templos y cancelación de procesiones, lo que representa un vil golpe a la libertad religiosa consagrada en los ordenamientos jurídicos de las Américas. En algunas ciudades se han realizado misas en la calle, ante el impedimento policial de ingresar a los templos. Por si fuera poco, han cesado operaciones emisoras católicas y radios comunitarias administradas por la iglesia.

De acuerdo con el régimen, el cierre de algunos templos y procesiones abarcan un asunto de seguridad interna, medida que usan para justificar la supervisión de misas. Cualquier mensaje con tono político, será considerado subversivo y motivo suficiente para la detención. La tiranía teme a las conciencias que se despiertan en las iglesias, por esa razón, también infunde miedo, terror, desde las penosas acciones de la policía.

Ante estos hechos, el Vaticano ha expresado tímidamente preocupación. El papa Francisco llamó a un diálogo abierto y sincero para encontrar las bases de una convivencia pacífica y respetuosa. Sin embargo, cuando las tiranías no reconocen al otro, como es el caso nicaragüense, establecer este tipo de entendimientos resulta imposible. Para Ortega, Dios, los curas y cualquier representante religioso que le resulte incómodo, debe ser aniquilado.

Es la tesis del enemigo interno y la iglesia católica, en este particular, se convirtió en una piedra en el zapato para los gobiernos que matan de hambre y aniquilan esperanza.
Donde persisten las injusticias, las restricciones a las libertades, el encarcelamiento por pensar distinto, encontraremos sermones enfilados a la denuncia. Las misas cambiaron, los curas también. Jesús igualmente incomodó con su mensaje. Se convierte en un deber para todo cristiano, elevar la voz frente a los atropellos que hieren la dignidad humana, dentro o fuera del seno religioso.




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