Es obvio que no habrá elecciones competitivas en Venezuela por ahora y
ninguno de los intentos que se hacen en este momento para buscar el
nombramiento de un Consejo Nacional Electoral equilibrado cambiará esa
realidad. Pero también es evidente que el gobierno avanzará con el proceso
electoral parlamentario, llueve, truene o relampaguee.

Las razones me lucen claras: por una parte, es el mecanismo natural de la revolución para reducir la potencia simbólica de la Asamblea Nacional presidida por Juan Guaidó, dado
que incluso en el escenario, muy probable, de que esa elección no sirva para
legitimar algún cambio y no sea reconocida por quienes hoy no reconocen a
Maduro como presidente legítimo, el cruce por la frontera de tiempo
constitucional de permanencia del parlamento elegido, sin ser religitimado por
una nueva elección sino por “default” reducirá, sin lugar a dudas, su potencia y
conexión popular y su simbología de legitimidad, algo que caerá en barrena
con el tiempo, sin elecciones justas.

Pero además, esta elección es el motivo perfecto del gobierno revolucionario para recrudecer las fracturas internas en la oposición, entre quienes piensan que no hay que participar en algún evento electoral no transparente (bajo el argumento lógico de que esto podría validar la trampa revolucionaria) y quienes creen que hay que ir a las elecciones en
cualquier condición, no porque piensen que la pueden ganar de manera
directa, sino porque sirven como mecanismo de movilización social y
articulación institucional de los partidos para crear un “momentum” de lucha por
el cambio, en el caso de que la oposición este dispuesta a canalizar la energía
que se desprenda de un intento de fraude y bloqueo frente a la clara mayoria
del país que manifiesta electoralmente su deseo de cambio.

Es la lucha de dos formas de pensamiento, con argumentos válidos cada una
de ellas, entre quienes creen que se debe batallar en cualquier tablero,
incluyendo una mala elección (como Toledo en Perú o la reciente lucha de la
oposición boliviana), frente a quienes piensan que hay que conseguir primero
las condiciones de transparencia y democracia para poder participar en un
evento electoral.

El debate relevante ya no es si habrá condiciones electorales adecuadas para
ir a las parlamentarias, porque doy por descontado que la respuesta es un
rotundo no, sino entender cual es la respuesta inteligente que tendrá la
oposición ante esa realidad concreta.

La clave no es si participa o no en esas elecciones, sino qué piensa hacer con
cualquier decisión que tome, ojalá producto de una decisión unitaria. Si la
respuesta es nada…nada conseguirá, como no consiguió antes: 1) votando en
eventos electorales y frustrándose por el resultado sesgado, pero sin
capitalizar la energía de ese voto para construir un momento de presión y lucha
y sólo quedandose con la idea de que no vale la pena votar y pulverizando a
los promotores de la elección o 2) absteniéndose y celebrando el símbolo de
esa abstención rascándose la barriga en el sofá y regodándose de su “éxito”
abstencionista, mientras perdía más y más espacios políticos de lucha.

¿Qué quien va a producir los cambios en Venezuela? La respuesta me resulta
evidente. Solo podrán hacerlo los propios venezolanos, con una estrategia
inteligente, que incluya jugar en todos los tableros, pues esto no se trata de
pedir al gobierno que se vaya “por el país” (y te tire otra trompetilla) sino de
construir una real fuerza de presión para que le sea imposible no negociar
cambios. Y esto no tiene nada tiene que ver con los haters de las redes
sociales, ni con las amenazas, tan rimbombantes como incumplibles, ni con
ladridos de perro echado…desde lejos.

luisvleon@gmail.com




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